Cultura

Cinco orejas y un trincherazo

  • Salvador Vega y Leonardo Hernández salen a hombros de la plaza de Torremolinos en una tarde en la que Finito de Córdoba no mostró su mejor cara

Por completar el titular e incidiendo en el comentario ya expresado en el análisis de la ganadería, al público que asistió al primer festejo de la que se ha dado en denominar Feria de la Costa del Sol, junto al corte de las orejas y un trincherazo primoroso firmado por Salvador Vega, sólo le fue dado asistir al juego incansable del sexto, noble como de encargo y que embistió muy bien por ambos pitones. Lo demás, se puede englobar en los términos buena voluntad y vulgaridad.

Abrió plaza un utrero de hechuras mínimas, playero hasta la exageración y feo como él solo. Después del primer rejón de castigo, trotó y tras del segundo volvió a las andadas, reaccionando al sentirse herido. Entre lo que cabe destacar del joven Leonardo Hernández, hay que reseñar una banderilla clavada al quiebro en los medios, después de varios intentos premiosos. El jinete no se acopló nunca a la embestida pegajosa. Clavó otra farpa entrando de cerca y luego puso banderillas cortas, al violín, muy desiguales de colocación. El caballista utiliza unos rejones de muerte que, aparte de la hoja, apenas tienen un par de cuartas de mango. Es posible creer que esté dentro de lo reglamentario pero el uso de este rejón facilita, indudablemente, la ejecución de la suerte final. El cuarto fue otro utrero gordo, alto de agujas y sin pitones, prácticamente un charolés. Galopó el morito detrás del caballo y tras dos rejones de castigo, la primera banderilla terminó en el suelo. Otros dos pares más de escaso lucimiento. Cuando Hernández trataba de llegarle en corto al novillo, siempre resultaba tropezado. Intentó un quiebro y le salió un regate y, por fin, otro más en el brazuelo. Con el utrero muy parado, le llegó mucho, clavó una rosa y se adornó. No ha sido, desde luego, la mejor tarde que he tenido ocasión de ver al jovencísimo jinete.

Finito de Córdoba se enfrentó de primeras a un toro de aceptable presencia, pero astigordo, que correteó suelto y muy pronto rodó por la arena, demostrando su invalidez. En una de las caídas, rozó el pitón izquierdo con el albero y el cuerno se abrió como una escoba. Se simuló la suerte de varas y lo único que pudimos ver fue la lidia eficaz de Montiel. Intentos de toreo en línea y a media altura, pero la res no admitía ni medios pases. Faena innecesariamente larga. En el comienzo de su labor frente al quinto, Juan Serrano inició bien dos medias verónicas pero no consiguió rematarlas. El toro no metía mal la cara pero estaba muy justo de fuerzas y el espada tiró por la calle de en medio.

El tercero fue un toro muy terciado, descarado pero en absoluto ofensivo, que tomó el engaño metiendo la cara abajo. Salvador Vega lo intentó a la verónica y el cinqueño perdió las manos. El toro tenía una embestida muy clara por el pitón izquierdo y poquita fuerza. Intentos insípidos sobre la mano derecha y por la izquierda, pecó de encimismo. Tardeó el toro después y la faena se quedó en intento. Cerró plaza otro cinqueño, más largo y con la cara lavá. Verónicas a pies justos que el toro acepta, luego trotó sin fijeza. Este sexto, repetimos, sobresalió de entre toda una corrida noblona, justísimo de fuerza y encastadita. Muletazos de buen trazo con la mano derecha; Vega luego acertó a darle tiempo y distancia y aunque se mostró voluntarioso sobre ambas manos y firmó la mejor faena de la tarde, la realidad es que estuvo por debajo de la calidad del toro que duró mucho.

Festejo con una virtud por sobre todos sus escasos atractivos, su duración; los cuatro toros y los dos utreros se despacharon en dos horas justas.

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