Drama, Bélgica, 2014, 95 min. Dirección y guión: Jean-Pierre Dardenne y Luc Dardenne. Intérpretes: Marion Cotillard, Fabrizio Rongione, Olivier Gourmet, Christelle Cornil, Catherine Salée. Fotografía: Alain Marcoen. Cines: Albéniz.
Desde que el tercer y el cuarto largometraje de ficción -La promesa y Rosetta- de estos hermanos belgas antes dedicados al documental obtuvieron el éxito internacional tras ser premiados en Valladolid y sobre todo en Cannes (reconocimiento tardío dado el interés de sus dos primeras obras: Falsch y Je pense à vous), los Dardenne se han convertido en un símbolo del deber ser de un cine europeo fiel a las tendencias realistas que, a través de diversos estilos, hizo su singularidad y su grandeza desde los años 20 hasta la crisis del cine de autor en los años 80. Crisis que es la del propio cine europeo, olvidado de sus referentes mayores; de su humanismo y su compromiso creativo para hacer justicia a la realidad o ajustar las cuentas con ella; y la de un público que ya no apoya propuestas reflexivas o arriesgadas. Crisis, en definitiva, de la propia Europa.
Ásperos y secos, aunque progresivamente permeables a una recia ternura y a la esperanza, a través de las siguientes El hijo, El niño, El silencio de Lorna y El niño de la bicicleta, los Dardenne han construido una obra robusta, coherente, comprometida, que extrema los presupuestos realistas de la puesta en imagen.
Cuando apenas está emergiendo de una depresión cuyas causas no se dicen, Sandra ve comprometida su reincorporación al trabajo. El patrón de su pequeña empresa decide que sus compañeros voten si su puesto se mantiene al precio de perder la prima de mil euros que se les había prometido al reducir la plantilla. Y ellos también tienen acuciantes necesidades. Sandra se ve obligada a hacer lo que más le aterra, convaleciente aún de la enfermedad que le pide encerrarse, dormir con o sin fármacos, aislarse: echarse a la calle y buscar a sus compañeros para convencerles uno a uno de que voten su reingreso. Y sólo tiene dos días y una noche para hacerlo.
Variante humana, laboral y social de un tema clásico del cine de suspense -las pocas horas en las que alguien ha de luchar por su vida buscando un antídoto o descubriendo a un asesino-, esta película es una parábola realista sobre los tiempos que corren, sus penalidades y las miserias o egoísmos a los que conducen; pero también sobre la solidaridad, la bondad y la dignidad que no logran doblegar. No hay buenos ni malos esquemáticos, pero sí una confrontación entre el miedo y el valor, el egoísmo y el sacrificio, la necesidad y la ética. Todo se narra con una austera sobriedad y una fuerza moral que hacen en ocasiones tan conmovedoras las razones para votar contra Sandra como para hacerlo a su favor.
Marion Cotillard, la más grande y flexible trágica del actual cine francés, tan creíble como la Édith Piaf de La vie en rose o la Ewa de El sueño de Ellis, interpreta este personaje cotidiano sin simular que deja las grandes producciones para bajarse al cine social. Siempre es ella, interprete el personaje que sea, y por eso siempre que esté bien dirigida -porque el cine está como está y la mujer ha hecho de todo- es el personaje de una forma tan entregada que sólo puede conmover. Nada de la estrella que se desmaquilla y se pone fea para hacer un gran papel dramático, como tantas veces sucede. Está rodeada por personajes tan bien interpretados, tan verdaderos, que no puede hablarse de secundarios sin faltar a la verdad.
Hay que agradecer a los Dardenne su distancia, que no indiferencia, y su respeto al espectador permitiéndole establecer su propio juicio y dándole la información necesaria para que éste no sea sesgado. La disolución de las responsabilidades individuales en el grupo -yo voto pero decide el colectivo- está planteada con tan extrema sutileza que la película podría considerarse un ensayo sobre la responsabilidad personal. Con tanta sutileza como la contundencia con la que se plantea la maldad de una situación que pone las decisiones más duras en manos de las víctimas, como cuando los guardianes de los campos de exterminio tiraban un trozo de carne para divertirse viendo cómo los desdichados luchaban por él.
Y, por favor, pese a lo dicho, porque a veces las críticas generan reacciones contrarias a las deseadas, no crean que se trata de un desagradable peñazo de cine social cutre. Es emocionante y entretenida, tiene auténtico suspense y una extraordinaria tensión dramática. Y además es profundamente humana.
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