La pasión por la maternidad hecha baile

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Rocío Molina y Silvia Pérez Cruz pusieron el punto y final al Festival Terral con 'Grito pelao', un intenso y sincero homenaje a la vida

Rocío Molina, en el centro, junto a su madre Lola Cruz y la cantante Silvia Pérez Cruz, anoche, en el Cervantes. / Jesús Mérida
Nacho Sánchez

Málaga, 08 de agosto 2018 - 08:36

Decía ayer Rocío Molina, en este periódico, que cuando se encontró por primera vez con Silvia Pérez Cruz se paró el mundo "y hubo que escucharlo". La aparición anoche de ambas sobre las tablas del Teatro Cervantes dio esa misma sensación. Las casi tres horas que duró Grito pelao pasaron en un instante. Y aunque puertas hacia afuera el planeta parecía el mismo, nadie en el público se sentía igual. Porque cuando Silvia canta y Rocío baila todo se detiene. Todo cambia. La vida cambia. Hay que escuchar.

Es difícil explicar lo que sucede sobre el escenario cuando Silvia y Rocío, Rocío y Silvia, unen sus miradas, sus gestos, sus cuerpos. De su extraordinaria química, de su simbiosis, nace un trabajo que no es danza ni flamenco, que no es cante ni baile. Es otra cosa, pura, intensa, esperanzadora. Llena de sensibilidad, también de anhelo. Y la audiencia que no dejó ni un hueco libre en el Cervantes lo agradeció mostrando un silencio y un respeto digno de admirar hasta romper en ovación.

Actuó ayer Rocío Molina embarazada de 19 semanas. "Tiene el tamaño de un coco", contaba entre risas a Silvia y a su madre, Lola Cruz, que también aparece sobre el escenario a lo largo de toda la obra. Sobre la maternidad gira en todo momento Grito Pelao. Ese traer al mundo una nueva vida que tanto miedo daba a la bailaora, que llegó a pensar que su baile se acababa si no se convertía en madre.

En marzo se quedó embarazada y Molina lo celebra a cada momento sobre un escenario tapizado de arena blanca y con una pequeña alberca en el centro. Es ahí donde desata toda su alegría la malagueña: bailando desnuda, danzando en su propio parto. Y cantando posteriormente una nana a su hija para ofrecerle su cariño desde el primer momento. Esta vez sobre el escenario como ya hizo alguna madrugada en vela. Como también hizo su madre con ella. Como hizo Silvia Pérez Cruz con su hija Lola. Como hacen todas las madres desbordando amor desde que se quedan embarazadas. Cuánto debemos a todas.

Resultó, eso sí, un trabajo lento por momentos. Para qué las prisas cuando se trata de disfrutar, de bailar, de cantar y celebrar. Grito pelao rozó las tres horas de duración cuando en la ficha técnica se anunciaba hora y media. Hubo quien no lo entendió, pero también quien ni se enteró del tiempo pasado.

Estrenada mundialmente el pasado mes de julio en el Festival de Avignon y representada posteriormente en Barcelona, Grito pelao ponía anoche punto y final al Festival Terral en su edición de 2018, por el que han pasado nombres como los de Wim Mertens, Salvador Sobral o Soleá Morente.

El trabajo conjunto de Silvia Pérez Cruz y Rocío Molina seguirá ahora su camino con paradas durante el mes de septiembre en la Bienal de Flamenco de Sevilla -que ha coproducido el trabajo con otras cuatro instituciones públicas-, Zaragoza y Madrid. Octubre será el momento de volver a Francia, primero a Nimes y posteriormente a París. Quizás ahí sea el momento de parar porque la bailaora sale de cuentas a finales de diciembre. Viva la vida.

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