La primera noche de Raphael

Inmenso estuvo el de Linares en su cita con el Teatro Cervantes, con todas las entradas vendidas para sus tres conciertos

La primera noche de Raphael
La primera noche de Raphael
J. L. García Gómez / Málaga

23 de octubre 2008 - 05:00

Sin palabras. Así se presentó anoche Raphael. Bastó con que pisara el escenario del abarrotado Teatro Cervantes para que todo el público se pusiera en pie. Puntual a la primera de sus tres citas con Málaga, el de Linares esbozó una sonrisa pícara, uno de sus miles de gestos casi patentados -es el Lon Chaney de la canción-, lo hizo porque sabía que había ganado la partida. Como el buen tahúr que es, esta leyenda jugó aparentemente con las mangas a la vista, pero detrás llevaba uno de los mejores repertorios -Manuel Alejandro, Adamo, Bambino-, además de casi cincuenta años de experiencia sobre las mejores tablas del mundo. Y, sobre todo, estaba él.

Traje negro, camisa blanca por fuera, corbata desanudada, su flequillo revuelto y su voz. Ese fue el Raphael que vimos aparecer. Su resurgir de las cenizas, de esa hoguera mediática en la que nunca ha sabido moverse bien, es una realidad incontestable cuando actúa. Es su territorio, y en los teatros él impone su ley, la del melodramatismo, la que dicta que mejor que una pose es usar dos. Allí él dirige, él sujeta el micrófono. "Hace siglos que no vengo a Málaga. Al menos, a mí me parecen siglos", bromeó este hombre nacido en 1943 pero que personifica toda una manera de ser, de interpretar, que está más allá de los calendarios.

Uno de los primeros temas en caer, y fueron muchos, fueron casi todos, fue esa suerte de My way -esta también cayó, por supuesto- que hace un tiempo le compuso Bunbury. Muchas de las historias que tanto le gusta recrear son sobre sí mismo, sobre su lucha por ser él. Y su público lo entiende. Tras su primera declaración de intenciones, Raphael se puso manos a la obra.

Como un torrente, la comunión entre cantante y público fue de una intensidad poco común. Olas de aplausos a cada momento, sin que importara que Raphael no hubiese dado por terminada la canción. Cada cinco minutos, o menos, medio teatro estaba en pie. Esa es una de las grandezas de personajes como Raphael. Su público le ama, sin importar que el romance comenzara en 1966 y los tercos calendarios de nuestros teléfonos móviles nos recuerden que vivimos en octubre de 2008.

Y los gestos, uno tras otro, inimitables, no cesaron -sí, es histriónico, ¿y qué?-. Como tampoco lo hicieron los guiños que Raphael lanzaba. Primero se deshizo de la chaqueta, para después desaparecer y, al regresar, lucir su característica camisa negra. "Nunca he recibido ni un euro de mis imitadores", fue una de sus frases más aplaudidas.

Más de dos horas de espectáculo dieron para que una completa y acertada selección de lo que ha grabado sonara en el Cervantes. Y la idea de arriesgarse a subir sólo con un pianista es ganadora. Su voz aguanta, sus movimientos también. Vale, el show está medido, pero cada noche es única: Raphael se la juega cada noche que sube a las tablas. Hoy lo vuelve a hacer. Y mañana. Grande.

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