En el principio fue la palabra


Cierta leyenda compartida por su propio protagonista cuenta que Andréi Tarkovski (Zavrazhie, 1932-París, 1986) participó poco después de su ingreso en la Escuela de Cine del Instituto Estatal de Cinematografía en Moscú, en 1954, en una sesión de espiritismo; y que allí mismo se le apareció nada menos que Borís Pasternak, quien le advirtió de que sólo tendría tiempo para rodar siete películas, pero que todas ellas serían consideradas obras maestras. Más allá de la leyenda, lo cierto es que, dejados a un lado los primeros cortometrajes correspondientes a su etapa de aprendizaje, Tarkovski rodó siete filmes antes de que un cáncer de pulmón acabara con su vida a los 54 años: La infancia de Iván (1962), Andréi Rublev (1966), Solaris (1972), El espejo (1975), Stalker (1979), Nostalgia (1983) y Sacrificio (1986); y que el tiempo, con una devoción renovada por una cada vez más amplia legión de cinéfilos, se ha mostrado dispuesto a considerarlas todas piezas magistrales, en su diversidad de géneros y en sus elementos unitarios, especialmente representativos de un cineasta que entendió el séptimo arte de una manera, también, única. Pero no deja de resultar significativo que, en virtud del cuento, fuese Pasternak quien lanzara tan concreto vaticinio; pues antes de decantarse por el cine Andréi Tarkovksi desarrolló una obra literaria en la que dejó ya buena constancia de los argumentos, las inquietudes y las obsesiones que luego traduciría en la gran pantalla. Ahora, esta creación primeriza está disponible en castellano en el volumen Escritos de juventud, que lanzó recientemente el sello Abada con edición a cargo de Andréi Andréievich Tarkovski y José Manuel Mouriño, quien presentó el título el pasado jueves 18 de agosto en la Librería Luces dentro del programa literario desarrollado por La Térmica en colaboración con las librerías malagueñas.
Y el mismo José Manuel Mouriño apuntó a Málaga Hoy que, más que un artista por descubrir, quien late en estos escritos (esencialmente, relatos y poemas) es, a pesar de su juventud, un Tarkovski "pleno, carente aún de la imagen como herramienta pero con el talento que luego demostró en el cine a la hora de plasmar su mirada al mundo. En este tránsito por la literatura dejó ya signos bien sólidos que permiten, de alguna forma, entender mejor su cine, o al menos interpretarlo en un contexto más ajustado. Las preocupaciones de las que dio cuenta en El espejo o en Andréi Rublev ya estaban presentes en su obra literaria".
En lo que a escritura se refiere, resulta inevitable la huella del padre del cineasta, Arseni Tarkovski, considerado uno de los mayores poetas rusos del siglo XX. El propio Tarkovski recogió algunos de los poemas de su padre en películas como Stalker (donde los leía el mismo realizador, a viva voz, mientras la imagen recreaba los paisajes acuosos por los que Tarkovski tenía predilección), pero Mouriño puntualiza que esta influencia se dio en negativo: "Tarkovski sintió mucha presión a la hora de escribir poesía porque se veía inevitablemente superado por la grandeza de su padre. Por eso abandonó el verso y se centró en la prosa. Sin embargo, tampoco tardó en darse cuenta de que la escritura no era suficiente para decir lo que deseaba. Fue entonces cuando descubrió que la solución estaba en la imagen, y entonces sí dio con el instrumento idóneo". Eso sí, Tarkovski nunca dejó de ser un gran escritor, tal y como demuestran sus ensayos cinematográficos recogidos en el volumen Esculpir en el tiempo (disponible en castellano desde hace años). Tampoco fue pequeña la influencia en Tarkovski de su madre, Maria Ivanova Vishnyakova, quien en 1952, alarmada por las malas compañías que frecuentaba su hijo, y a cuenta del interés de éste por la geología, le envió a Siberia a trabajar como prospector de hierro y oro. Fue allí, en semejante soledad, donde la imagen tuvo su particular epifanía en un joven Tarkovski ya decidido a ser cineasta. Todos estos asuntos familiares quedaron integrados en la poderosa introspección del yo que Tarkovski bordó cámara en mano en su cinta autobiográfica El espejo, si bien los Escritos de juventud añaden matices nada desdeñables al respecto, tanto en los textos como en las fotografías que ilustran la edición de Abada.
En cuanto a las conexiones de estos escritos con las posteriores películas, José Manuel Mouriño destaca que ya los relatos y poemas tienden en gran medida a la imagen "al recrear atmósferas, paisajes y ambientes que en muchos casos son fácilmente reconocibles por quienes han visto su filmografía. Elementos como la lluvia tienen ya una presencia constante, tal y como luego ocurrirá en su cine; y también los personajes de sus relatos remiten en muchos casos a los protagonistas de sus largometrajes". Subraya el editor igualmente que, aunque estos textos se corresponden con su periodo de formación, dejan ya traslucir el gusto de Tarkovski por la elección del camino menos evidente y menos directo para llegar a algún sitio: es bien sabido, por ejemplo, que al realizador le interesaba poco la ciencia-ficción, pero optó por el género al adaptar la novela de los hermanos Strugatski Picnic a la vera del camino para su Stalker con el fin de servir una fábula asombrosa sobre el fin de la espiritualidad y la imposición del materialismo en Occidente. "Esta estrategia es más evidente en el cine, pero también estaba ya en la escritura", apunta Mouriño, quien añade: "No obstante, Tarkovski siempre tenía clara la idea que quería expresar, o más bien la sensación que quería suscitar, aunque lo realmente difícil fuera luego identificar esa sensación, llamarla por su nombre. Y esta transparencia en la intención también es muy inmediata en sus escritos de juventud. Tal vez esa elección del camino menos evidente era el modo más sencillo de alumbrar una emoción determinada, ya sea a través de la imagen o de la palabra".
Y es esta voluntad de poder, si se quiere, la que hace de Tarkovski un clásico: "Como los grandes autores, será revisado una y otra vez. Siempre habrá alguien que quiera volver a sus películas, que las necesite. Su obra cinematográfica es de una contundencia formal y material irrepetible. Cada escena está servida como un hecho concreto, algo de cuya existencia no se puede dudar. A partir de ahí, corresponde a cada uno tomar posiciones respecto a este hecho. Y siempre habrá ocasión de seguir practicando este ejercicio". Así funciona el talento más allá del modus. Y es que Tarkovski sí tuvo algo que decir.
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