"Ya hay que ser más radicales que Marx para no confundir riqueza y moneda"
Patrick Viveret. Filósofo
El inspirador de los movimientos ciudadanos de gestión alternativa nacidos tras el Foro de Porto Alegre, del que fue impulsor, pronunció ayer en La Térmica la conferencia 'Otro mundo es posible'
Patric Viveret (Crétail, Val-de-Marne, 1948) es doctor por el Instituto de Estudios Políticos de París y ex consejero magistrado del Tribunal de Cuentas de Francia. Fue asesor de Lionel Jospin y su filosofía económica se ha traducido en libros como Reconsiderar la riqueza, La causa humana (con prólogo de Edgar Morin) y el último, Vivre a la bonne heure. Impulsor del Foro Social Mundial de Porto Alegre, es el gran inspirador de los movimientos ciudadanos que a tenor del mismo trabajan en la gestión alternativa de los recursos financieros. Viveret pronunció ayer en La Térmica la conferencia Otro mundo es posible, lema que precisamente él contribuyó a acuñar.
-En su obra, usted plantea una nueva relación entre ciudadanía y riqueza. ¿Podemos entender aún la riqueza como capital, en el sentido marxista? ¿Y en qué medida una nueva relación implica necesariamente una redistribución?
-Para hablar de la riqueza, hay que hacerlo de la riqueza real, no de la moneda. La moneda es una representación simbólica de la riqueza, hecha así para facilitar el intercambio. Ésa es toda su legitimidad. Debemos preguntarnos cómo cuenta la riqueza para las personas, especialmente la riqueza que procede de la naturaleza y los recursos medioambientales, porque ésta es la riqueza real, junto a la que procede de la relación de las personas. En este sentido, hay dos confusiones esenciales: la primera es la tendencia a creer que la moneda constituye una riqueza real, cuando sólo es una representación simbólica. Y la segunda es la atribución de un valor a la moneda por sí misma. La moneda es únicamente una unidad de medida, como el kilogramo o el metro. Si hubiese un mercado basado, por ejemplo, en los kilogramos y los metros, a nivel mundial, ¿qué ocurriría si el valor de estas unidades cambiara constantemente? Sería un caos. En este sentido, hoy debemos ser más radicales que Marx. Cuando se confunde la riqueza real y la moneda, quienes se aprovechan lo hacen a través del abuso y la explotación; así que hay que atender a la riqueza real, la que procede del medio ambiente y el trabajo, y no la que se expresa a través de la moneda.
-De cualquier forma, esos indicadores de una riqueza real no son hoy más que objetos de explotación y negocio. ¿Cómo podrían convertirse en otra cosa?
-El medio ambiente no es sólo materia prima para la producción, y los políticos deberían reconocer que su importancia no se deriva de su explotación. Pero los primeros que deben pronunciarse en este sentido son los ciudadanos. Afortunadamente, ya hay movimientos organizados en contra de ciertas explotaciones de gas, por ejemplo. La belleza de un paisaje cuenta, y lo hace como riqueza.
-¿Es optimista, entonces, respecto a esos movimientos?
-Decía Antonio Gramsci que hay que pactar entre el pesimismo de la inteligencia y el optimismo de la voluntad. Es necesario ser lúcidos ante la realidad de las fuerzas de destrucción del medio ambiente para organizar una resistencia capaz de cambiar las cosas, que aliente la esperanza de que otro mundo es posible. Estos movimientos sociales deben emplear otros instrumentos, otros indicadores de riqueza y otra manera de situarse frente a la moneda. Ya hay algunas experiencias interesantes: finanzas solidarias, monedas sociales, intercambios locales... Además, considero que hay que volver al lenguaje, al significado original de las palabras. El término beneficio, por ejemplo, quiere decir en latín bien hecho, no tiene nada que ver con enriquecerse, y éste es el sentido que hay que recuperar. Lo mismo ocurre con valor, que en latín significa fuerza de vida, no tiene nada que ver con lo especulativo. Las palabras nos permiten situar las cosas a su nivel exacto, y volver a su raíz siempre resulta ilustrativo. Un ejemplo cercano: he visto los chiringuitos que han construido aquí en Málaga, en la playa, y habrá quien considere que pueden generar beneficios; pero, si atendemos al significado exacto de la palabra, resulta que lo que aportan los chiringuitos, como agentes destructores del paisaje, es justo lo contrario. Si pensamos de esta manera, los ejercicios clásicos de contabilidad podrían resultar interesantes en manos de los movimientos ciudadanos.
-La interpretación de la moneda como riqueza real ha ejercido un poder político a través del miedo. En España, por ejemplo, la población temió durante mucho tiempo por la prima de riesgo sin que la mayoría supiera qué era eso. ¿Al final todo ha servido para dar oxígeno a estructuras de poder que parecían ya agotadas?
-Los ciudadanos tienen que organizarse y crear cooperaciones para reencontrar los vínculos con la riqueza real y evitar las situaciones de dependencia, especialmente respecto a los políticos manipuladores. La oligarquía financiera, que es una oligarquía mundial, ha promovido la devaluación de la moneda en la economía real mientras, al mismo tiempo, se ha generado una hiperinflación de la moneda en la economía especulativa. Más del 95% de las transacciones financieras diarias son únicamente especulativas. Hay que reciclar la moneda especulativa para favorecer su uso en la economía real.
-En su obra habla también de la voluntad del individuo de formar parte de la Historia. ¿Satisfacen las redes sociales ese deseo, o sólo alimentan una ilusión?
-Con las redes sociales ocurre como con la moneda: tienen dos caras. Puede servir de instrumento de manipulación a los nuevos big brothers, pero también servir a los movimientos ciudadanos para organizarse. Los foros sociales mundiales se apoyan en las bases locales, y en este sentido las redes y los medios de comunicación son muy importantes. Actualmente hay un proyecto llamado Diálogos en Humanidad que se lleva a a cabo en Europa, África, Brasil e India, entre otros sitios; el consejo internacional de este movimiento se reúne una vez al mes, y lo hace siempre en internet. Así que aquí tenemos una oportunidad inestimable, no para construir una mundialización a imagen de la globalización financiera, sino para poner en marcha una mundialidad, que es algo muy distinto. Recientemente, la declaración de Porto Novo señaló que es importante dotar de un contenido a la situación internacional trabajando desde los distintos territorios, teniendo presente que somos ciudadanos de un pueblo común, el pueblo de la Tierra. Como una familia mundial que trabaja a nivel local. Lo importante es saber que podemos hacer cosas, que no tenemos por qué resignarnos, que disponemos de instrumentos para cambiar la realidad.
-¿Y considera a la ciudadanía capaz de actuar sin la tutela de los viejos órdenes?
-Claro. Poco a poco, de hecho, se están haciendo logros importantes. Los ciudadanos van comprendiendo que no tienen que hacer regalos a los capitalistas, ni a la globalización, que tienen cosas que decir y que pueden hacerlo. El capitalismo no tiene la capacidad de abordar las grandes cuestiones sociales, el medio ambiente, la biodiversidad, la pobreza, las diferencias económicas, el desarme. Hay que preparar las condiciones de un movimiento ciudadano mundial que podría completar la Declaración de los Derechos Humanos mediante una Declaración de los Derechos de los Ciudadanos.
-¿No son los Estados actuales un obstáculo, al tener una visión nacional mucho más reducida?
-De la misma manera que tenemos que cambiar la idea de riqueza, hay que cambiar la idea de poder. El poder es también un medio, no un fin; pero los Estados han hecho del poder un fin, y además de dominación, no de creación. Por eso tenemos de un lado una oligarquía financiera que ha convertido la moneda en un fin, y de otro una oligarquía política que ha transformado el poder en un instrumento de dominación sobre el pueblo. A partir de los movimientos ciudadanos, podemos establecer una liberación de este círculo vicioso. Pero para ello es importante que exista una calidad democrática dentro de estos mismos movimientos, con el fin de que no terminen convirtiéndose en aquello que quieren cambiar. Podemos aspirar a una democracia en la que los políticos elegidos para los cargos representativos estén al servicio de los ciudadanos, no al revés. Ellos son los mandados, no los que mandan.
También te puede interesar
Lo último