Robe Iniesta: arte, poesía y amor

Despedimos a una de las grandes leyendas del rock en español, tanto al frente de Extremoduro como en su etapa en solitario, alguien que desplegó una personalísima poética del rock al margen de las modas y la tendencias, que siempre permanecerá.

Muere a los 63 años Robe Iniesta, ex líder de Extremoduro

Robe, en un concierto en Sevilla en 2024.
Robe, en un concierto en Sevilla en 2024. / Juan Carlos Muñoz
Salvador Gutiérrez Solís

10 de diciembre 2025 - 10:00

Ha muerto Robe Iniesta. Casi al mismo tiempo que Jorge “Ilegal”. De una tacada nos quedamos sin esa parte visceral, honesta e irreverente del rock en español. Ha muerto Robe, el líder de Extremoduro, esa banda que nos marcó a tantos en la adolescencia, y que nunca se despidió del todo de los escenarios. Todo comenzó a finales de los 80. Extremoduro fueron desde el principio los desubicados del rock español. Gustaban a los heavys de toda la vida, a las modernos más modernos, a los flamencos, a los greñosos del rock urbano, a todos, porque, tal y como ellos mismos hacían con sus propias vidas, transitaban en la frontera, cuando no en el precipicio. A mediados de los 90, los extremeños ya son incuestionables, ídolos absolutos, con su sonido con sabor a bellota, a barro, a boquillas compartidas y litros recalantados. Y al frente de la banda un tipo desaliñado, canijo y desgañitado, su vocalista, guitarra y compositor, un híbrido entre Camarón, Rosendo, Robert Plant y el yonko de todos los barrios sin centro comercial. Los conciertos de Extremoduro eran una especie de ceremonia, y los fieles contemplábamos asombrados, contagiados, a ese profeta de movimientos lentos, voz lánguida y con pinta de haber escapado de una comuna hippy de los 60, que cantaba Salir, Si te vas, Jesucristo García o So payaso. Canciones legendarias que se mantienen en la manteca de la gracia, de lo eterno, que siguen sonando a hoy, a suburbio, a nana de los desfavorecidos, a aliento de la madrugada que se contempla con aspereza y desgana. Un poeta extraño y abrupto del amor, porque desde el principio Robe ha cantado al amor, en todas sus acepciones. Al puro amor.

Como los amores torrenciales, que no dejan de serlo cuando el amor se acaba, Extremoduro tuvo una agria despedida. Tras un tiempo de silencio, promesas incumplidas, giras nunca celebradas y acordes aparcados, Robe Iniesta comenzó su trayectoria en solitario (Lo que aletea en nuestras cabezas, 2015). No era lo mismo que Extremoduro, aunque seguía siendo la esencia de Extremoduro, porque Extremoduro fue y siempre será Robe Iniesta. Más poético, más profundo, más libre en gran medida, ya sin estar preso de todas las cárceles en las que estuvo metido. En este tiempo, tuve la ocasión de entrevistarlo para este periódico en varias ocasiones. Aún recuerdo la primera vez, los nervios de los previos, el querer estar a la altura ante el genio, el no encontrar las preguntas deseadas, hasta que sonó el teléfono, número oculto. En esa primera ocasión, 2022, me encontré con un tipo de voz frágil, respuestas escuetas y mente lúcida. En 2024 la luz permanecía, intacta, pero el estado vital de Robe era completamente diferente. Más que una entrevista fue una conversación, que me habría dado para cuatro piezas. Un Robe hablador, comodísimo, divertido, irónico, que no esquivó ni una sola de mis preguntas. Se tomaba a broma que algunas de sus letras formaran parte de los exámenes de Selectividad, se sentía muy orgulloso de aglutinar a varias generaciones de espectadores en sus conciertos y reivindicaba el rock, el rock de verdad, como una fórmula perfecta para contar historias y transmitir emociones. Y hablamos del arte, claro, de El poder del arte, esa canción que ya es una leyenda de las canciones. Me confesó que le salió de casualidad, la última del disco (Se nos lleva el aire, 2023), que no la tenía prevista, que fue como una vomitada, como un parto sin cesárea, y me dijo: No creo que sea necesario entender el arte, simplemente te tiene que emocionar. No podía tener más razón.

Se tomaba a broma que algunas de sus letras formaran parte de los exámenes de Selectividad, se sentía muy orgulloso de aglutinar a varias generaciones

Durante muchos meses me ha acompañado esta canción, ha sonado cuando la tristeza y la desesperanza trataban de imponerse en mi vida. Y ahora la escucho mientras escribo estas líneas. Una canción que habla de amor y arte, una combinación que nos puede salvar de una vida inerte, de una vida triste y hasta de una mala muerte. Un poder reparador, casi mágico, que en la quebradiza voz de Robe se transforma en una liturgia, en una bella conjura chamánica. La última aparición (musical) de Robe la encontramos en la deliciosa Caída libre, una de sus escasísimas colaboraciones, un dueto con Leiva (Gigante, 2024), en la que le escuchamos cantar: ¿Quién es que llama a mi cabeza a todas horas? ¿Qué puede remendar todas las hojas que han caído al suelo como un árbol en invierno? Y sé que solo estoy mirando de otra forma, que voy a dar la vuelta a nuestra sombra mientras busco el modo de remontar el vuelo. Un vuelo que continúa, en sus canciones, en su actitud, en esa forma única e irrepetible para acogerse al rock para entender el mundo y transitarlo. Como un escudo, como una vacuna, como una necesidad, tan vital como respirar. El amor, sí, siempre fue el amor. Y todo se recolocó, se hizo la luz en el infierno, y todo gracias a nosotros dos, que estábamos luciendo.

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