Cultura

Un 'sans-coulotte' contra la academia filosófica

Desde que su Tratado de ateología le dio a conocer al gran público en 2004, cada nuevo libro de Michel Onfray viene precedido de una viva polémica que los medios culturales franceses se encargan de difundir a los cuatro vientos. En España Anagrama ha popularizado su Contrahistoria de la filosofía de la que ahora aparece el cuarto volumen. Un programa concebido como recuperación y dignificación de la memoria de los filósofos situados en la periferia de lo que él considera ha sido la línea dominante del pensamiento occidental: el paradigma platónico, su asimilación cristiana y reinterpretación, en clave de Estado, por el idealismo alemán. Desfilan así por los volúmenes de esta colección todos aquellos pensadores que quedaron fuera del canon oficial, asentado por la filosofía académica: cínicos, materialistas, epicúreos, de las escuelas antiguas, más tarde, los espíritus libres de la Edad Media, finalmente los libertinos y ateos de los siglos modernos.

Un no disimulado proyecto ideológico subyace a esta estratégica selección: deconstruir la armadura de una historia de la filosofía marcadamente abstracta y especulativa que se ha dejado atrás mucha cultura del saber vivir socrático, que concibió la búsqueda de la felicidad más como un ejercicio que como una doctrina. El ideal de esta comunidad fraternal de experiencias, vivero de la verdadera filosofía que proclama Onfray, estaría representado por el Jardín epicúreo; emblema hedonista que debe mucho al pragmatismo filosófico y al último Foucault, el de la Hermeneútica del sujeto (Akal, 2005). Su muy discutible realidad es la Universidad Popular de Caen, fundada por el autor en 2002, con el fin de llevar a la práctica esta pedagogía libérrima, "solar y soberana", cuyo plan de estudios, sin embargo, es tendencioso y sesgado desde el primer curso.

Pero dejemos al controvertido autor y su proyección mediática, para ir al texto que nos ocupa. Los ultras de las Luces serían, para el polemista francés, los verdaderos sepultureros de la tradición europea toda vez que los deístas no hicieron sino vestir de nuevas palabras el viejo catecismo cristiano. La inmanencia radical fue el giro decisivo, el que asume con todas sus consecuencias el modelo de la naturaleza para recuperar la inocencia anterior a la moral y la ley. El cura Jean Meslier que vivió en tiempos de Luis XIV encabeza la demolición con su Testamento filosófico ateo. La Mettrie aboga por la sustancialidad entre el cuerpo y el alma en El Hombre máquina lo que le conduce a una ética hedonista. Mientras Maupertuis en su Ensayo de filosofía moral postula una aritmética del placer y el dolor, desprendida definitivamente del bien y el mal como conceptos absolutos.

Los hallazgos que Onfray presenta como grandes rupturas de la tradición filosófica (con la fijación obsesiva de desnudar la falacia de la fábula cristiana) se nos antojan, sin embargo, un argumento déjà vu, por ejemplo, en Bayle, Spinoza o Gassendi; en tanto pasa por alto (al analizar la obra de Helvetius o de D´Holbach) la fundamental reflexión de estos autores sobre el propio proceso de conocimiento y las fronteras de la racionalidad, una de las dimensiones más renovadoras (y esta sí radical) de la filosofía de las Luces.

Presentado, por unos, como el nuevo enfant terrible de las letras francesas, caricaturizado por otros, philosophe de la braguete, Michel Onfray, escritor provocativo y hábil comunicador, no termina de convencer en este proyecto de reescritura de la tradición filosófica desde los márgenes que, sin embargo, parte de una idea necesaria: revisar los recorridos individuales y contradictorios que han permanecido bajo la sombra de las grandes corrientes dominantes.

Michel Onfray. Anagrama, 2010. 340 págs.

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