javier perianes. pianista

"El silencio es el mejor aliado de los intérpretes, y también del público"

  • El intérprete llega hoy al Museo Picasso para ofrecer, dentro del Ciclo de Música de Cámara de la OFM, un recital consagrado a Schubert cuyo repertorio protagonizará su próximo disco

El pianista Javier Perianes (Nerva, 1978), en una imagen promocional.

El pianista Javier Perianes (Nerva, 1978), en una imagen promocional. / málaga hoy

Echamos cuenta Javier Perianes (Nerva, 1978) y el entrevistador de nuestras últimas conversaciones telefónicas y reparamos en que todas han tenido lugar con el pianista a bordo de un tren. La corriente no es una excepción: Perianes acaba de subir a un AVE nocturno rumbo a Málaga para interpretar, hoy a las 20:00 en el Auditorio del Museo Picasso, y dentro del Ciclo de Cámara de la Orquesta Filarmónica de Málaga, un recital con repertorio consagrado por entero a Schubert que incluye el Allegretto para piano en do menor, la Sonata para piano nº 21 en si bemol mayor, la Sonata para piano nº 13, en la mayor y las crepusculares Drei Klavierstücke. Este mismo repertorio formará parte del álbum que Perianes grabará la semana que viene en el Auditorio Manuel de Falla de Granada para Harmonia Mundi y que a partir de marzo presentará su artífice en una larga gira que le llevará a EEUU, Canadá y Latinoamérica además de numerosas plazas españolas. Por ahora, las entradas para el concierto de hoy se agotaron apenas salir a la venta. Y es que Perianes, Premio Nacional de Música, es el mejor emblema posible del talento musical que España es capaz de generar en el mundo.

-¿Qué ha aprendido usted de Schubert, al que ya dedicó un trabajo discográfico antes del que ahora se trae entre manos?

-Todo y nada. Schubert es un mundo en el que conforme te introduces vas comprendiendo que no vas a parar, que no hay metas a las que llegar, sólo camino. Es como la historia que se cuenta de San Agustín de cuando vio a un niño que pretendía meter el océano con una concha en un hoyo que había abierto en la arena. A Schubert le pasa lo mismo que a Beethoven, que Schumann y a todos los grandes compositores: cuando quieres creer que ya lo sabes todo sobre ellos sólo puedes admitir que lo único que has visto es la punta del iceberg. Te acompañan toda tu vida. Nunca se agotan, siguen ahí, obligándote a empezar cada día.

-¿Es inevitable a la hora de interpretar a Schubert impregnarse del halo romántico que inspira aún su muerte prematura?

-Claro. Tanto es así que en Málaga voy a interpretar su última sonata, la que compuso pocos meses antes de morir y que se considera su testamento musical. El segundo movimiento es una marcha fúnebre, Schubert ya era plenamente consciente del fin y decidió asimilarlo en la partitura. Pero, al mismo tiempo, la pieza presenta matices distintos que parecen abrir una puerta a la esperanza. De alguna forma todo esto contamina la interpretación de sus obras, pero en el mismo repertorio que llevo al Museo Picasso también hay espacio para el Schubert más joven, el más, digamos, mozartiano. La Sonata nº 21 es un verdadero alarde de creación, una puesta en juego de todos los recursos posibles en manos de quien se encuentra en la plenitud de su vocación musical. Una verdadera gozada.

-¿Y qué Schubert prefiere usted, el talento prometedor o el que entona el canto del cisne?

-Eso es como preguntar a un padre a qué hijo quiere más. En los dos está la impronta del genio, sin duda. Es verdad que el último es especial, de alguna manera es el preferido de los intérpretes por su profundidad, su carisma metafísico, la hondura que alcanza, porque son argumentos muy agradecidos cuando se trata de tocar. Pero las sonatas de juventud no dejan un sabor de boca muy distinto. En todo caso, Schubert exige estar a la altura. La satisfacción que se obtiene a cambio es mayúscula.

-A estas alturas, ¿concibe la interpretación de un recital como un oficio distinto de la actuación como solista con una orquesta?

-En realidad habría que hablar de distintos oficios: el de intérprete de recitales, el de solista con orquestas sinfónicas, el de intérprete con grupos de cámara y también el de pianista de recitales líricos. Es cierto que cuando haces un recital tú solo no tienes que estar pendiente de una orquesta, ni de otros músicos, ni de cuándo entra el violín por aquí u otro instrumento por allá. Todo depende exclusivamente de ti. Pero donde todo esto se convierte en el mismo oficio es en la exigencia, en la responsabilidad, la entrega, la visión y también la formación, porque siempre son las mismas a la hora de tocar sea cual sea el formato. Ahí no hay distinciones, uno es el mismo músico en todos los casos.

-¿Es el silencio el mejor compañero de viaje en los recitales?

-El silencio es el mejor aliado de los intérpretes. Su cómplice más fiable. Y también lo es del público.

-Una pregunta delicada: ¿En qué cree que debe mejorar usted como pianista?

-Siempre se puede mejorar en todo. Puedo ser un pianista mucho mejor de lo que soy, ya sea desde un punto de vista técnico o desde cualquier otro. Pero para eso disponemos de un juez supremo que es el tiempo. No hay dictamen más fiable que el suyo. El tiempo nos permite mejorar a todos, en lo personal y en lo profesional. Lo importante es aprovechar las oportunidades que te brinda. Uno es el mejor amigo de uno mismo, aunque también el peor enemigo; pero el tiempo es el que te permite ir aceptándote poco a poco tal cual eres, con tus limitaciones.

-¿Qué registro cree que le queda más pendiente en su trayectoria? ¿Tal vez el del siglo XX?

-Bueno, justo vengo de interpretar a Bartók con la Filarmónica de Berlín y la dirección de Pablo Heras-Casado. Es decir, me pillas rebosante de siglo XX. Lo que sucede es que me ahora meto de lleno en el mundo de Schubert y cuando salga al Auditorio del Museo Picasso a tocar sus obras me parecerá que han pasado meses desde que me metí en el mundo de Bartók. Esto funciona así, de modo que en realidad no echo de menos un periodo ni un compositor en concreto, porque siempre ando metido de lleno en un mundo bien definido. En su momento también hice lo propio con Ligeti. No, no siento una deuda pendiente con el siglo XX, ni mucho menos.

-¿A qué se debe el éxito de toda una generación de intérpretes españoles en el mundo? ¿Es fruto de la mera casualidad?

-No, en absoluto. Este éxito es la consecuencia directa de un esfuerzo que hace unos veinte años España invirtió en cultura. Gracias a aquella inversión se crearon orquestas, se abrieron conservatorios y se creó un background que permitió a mucha gente salir a estudiar música al extranjero para regresar después con mucho aprendido y mucho talento para poner en juego. Toda esta atención que se puso en la formación explica que hoy haya destacados solistas españoles en prácticamente todas las grandes orquestas del mundo. Después, con la crisis, todo este esfuerzo se frenó en seco. ¿Significa esto que dentro de veinte años habrá que darlo todo por perdido? Hay que ser cautos. En España ha habido siempre grandes solistas, incluso con todo en contra. Pero hay que ser conscientes de que esa posible nueva tradición que empezó a gestarse en España hace veinte años corre el riesgo de verse truncada.

-¿Qué pianista le gustaría ser dentro de, un poner, treinta años?

-Un pianista que siga desarrollando el entusiasmo, la devoción y la entrega. Alguien que siga creciendo y evolucionando.

-¿Algún modelo?

-Justo ahora estoy leyendo aquí en el tren el libro sobre Alicia de Larrocha que ha escrito Mónica Pagés. No sería un mal ejemplo a seguir. Pero mi capacidad de admiración es infinita.

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