Para qué sirve el arte: valor y precio

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Galaxia Gutenberg reedita ‘Contra el arte’, el ensayo de Chantal Maillard, publicado originalmente en 2009, en el que la autora propone una nueva relación con la creación plástica y visual capaz de romper los prejuicios consensuados

De los árboles que pierden sus hojas

Chantal Maillard (Bruselas, 1951).
Chantal Maillard (Bruselas, 1951). / M. H.

En 2009, Chantal Maillard (Bruselas, 1951) afirmaba: “Las imágenes no son inocentes, son activas”. Lo hacía en un ensayo publicado aquel año, Contra el arte y otras imposturas, una colección de artículos en la que ampliaba y afinaba buena parte de las ideas expresadas en La razón estética, volumen aparecido a su vez originalmente en 1998. Al igual que en buena parte de su obra, Maillard lanzaba sus dardos contra la globalización económica y cultural poniendo toda su atención en el arte como fenómeno mercantilizado: “Entiendo la cultura de la globalización como una cultura kitsch”, escribía también allí, y añadía: “El kitsch es una ornamentación de las cosas, de los sentimientos, de los usos, del espíritu, de la vida toda. Se distingue por su capacidad de apropiarse de todo, de copiarlo todo, degradándolo. El kitsch, como cualquier categoría estética, es también una categoría moral, un modo de vivir, un modo de ser. Pero, sobre todo, el kitsch es una forma de mentir. Es el como si de las culturas empobrecidas y decadentes. Un quiero-pero-no-puedo”. Ahora, la editorial Galaxia Gutenberg, que ya lanzó una reedición revisada de La razón estética y que ha publicado buena parte de la obra de la poeta y pensadora malagueña, se dispone a hacer lo mismo con este libro, que, con el sencillo título Contra el arte, llegará a las librerías el próximo 17 de septiembre. Y lo hará con el mayor sentido de la oportunidad por su parte.

Para explicar bien el sentido del título, Maillard mantiene la premisa ya formulada en 2009: “El adverbio contra que introduce este libro ha de leerse no solamente desde su acepción más común, la del enfrentamiento y la ofensiva, sino también desde la que designa la solidez del soporte. Me he situado contra el arte y otros conceptos institucionales como quien se apoya contra un muro que, al par que nos ampara, nos coarta”. Y añade: “Muros, los de la metafísica, la ciencia, la moral, la política, la religión, las formas consensuadas de emocionarnos social y estéticamente, la filosofía o la teoría de las artes, que hemos levantado para sostenernos, defendernos o protegernos pero que, cuando cobran solidez, nos impiden ver al otro lado, traspasar el ámbito conocido y aprender otras maneras de caminar, de estar y de relacionarnos con las cosas y, lo que es peor, nos hacen olvidar que alguna vez los hemos construido”. Precisamente, si Maillard se situaba contra el arte lo hacía por la medida en que el medio cultural asociado al mismo, y concretado en los procesos de musealización, elimina matices y significados en cualquier obra para su integración en un marco preconcebido: “Cuando un objeto, cualquiera que sea su procedencia, tradicional u otra, es introducido en el ámbito del arte (museos, salas de exposiciones), sufre un proceso de descontextualización. Se convierte en objeto para ser contemplado y pierde la función para la que fue concebido”, escribe en su ensayo ahora reeditado.

"El denominado arte puro es una etapa que ha de darse por finalizada", sostiene la escritora

Precisamente, sobre los motivos de la reedición de este texto apunta Maillard distintas cuestiones que Contra el arte abordó en su día y que siguen sin resolverse. Quizá la más urgente es “la necesaria recuperación de la utilidad que las artes siempre tuvieron hasta que se adoptase la definición kantiana del arte como aquella actividad que tiene su fin en sí misma. Nada más pernicioso. Las artes siempre tuvieron un papel esencial en la formación de las sociedades y en su cultura, y tuve conciencia, desde los comienzos de mi docencia en ese ámbito a inicios de los años noventa, que esto era algo que debíamos recuperar. El denominado arte puro es una etapa que ha de darse por finalizada”. Y añade: “Reemplazar la idea de verdad por la de validez sigue pareciéndome la mejor manera de evitar la tentación de creer en los mundos que construimos. A diferencia de la verdad, la validez de una teoría o de una concepción del mundo no se establece a partir de su identificación con una supuesta realidad original, sino atendiendo a su coherencia interna. Llamaríamos arte, entonces, a la capacidad de diseñar y elaborar mundos que fuesen útiles pero nunca inamovibles, pudiéndose reemplazar, si fuese necesario, por otros más eficaces. Esto nos evitaría, entre otras cosas, caer en dogmatismos de una y otra clase y, de esa manera, hacer de nuestros mundos lugares más soportables”.

En una entrevista publicada en este periódico poco después de la primera edición de Contra el arte, preguntada por la posibilidad de aplicar el mismo criterio a la poesía a partir del ensayo breve de Witold Gombrowicz Contra los poetas, Maillard reflexionaba así: “Contra el arte reúne artículos en los que, entre otras cosas, trato de algunas de esas grandes palabras que se reverencian para reverenciar a quienes las cultivan y poder decir que tenemos eso que llamamos cultura; que la poesía sea una de ellas dependerá de qué se haga con ella. Disfruté mucho aquel opúsculo de Gombrowicz, en efecto. Refleja los defectos del mundo poético a las mil maravillas, con su exceso retórico que lo convierte en producto químico de uso tan sólo para poetas. Por eso es necesario distinguir entre lo poético (la poíesis, la construcción) y lo poemático, como hacía Derrida, quien era bastante más contundente: ‘Sobre todo no dejes que el erizo vuelva al circo o al tejemaneje de la poiesis’. El erizo es el poema: a ras de tierra, es la criatura más humilde”. Contra el arte expresa así, con especial síntesis y mayor intención, el empeño proverbial en derribar muros al que Chantal Maillard ha dedicado su escritura, la invitación a un mirar más allá del prejuicio, porque el prejuicio entraña siempre la expulsión de muchos en beneficio de unos pocos. Así lo expresa ahora la misma autora: “Hemos de trazar un puente entre el arte antes del Arte y el arte después del Arte, un puente que sobrevuele los siglos (pocos en realidad) en los que las artes evadieron su responsabilidad y se pusieron al servicio de las variadas formas de la egomanía y la codicia”. La oportunidad queda, de nuevo, al alcance de la mano en un sentido tan moral como estético.

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