Cultura

Los suspiros de Pilar Albarracín

  • Pilar Albarracín saca punta al folclore en el CAC con 'Ritos de fiesta y sangre': la tradición no tiene por qué ser fea Los caminos se cruzan en 'Divergencias': el arte futuro ya es presente

COMO si de una metonimia se tratara, tomando la parte por el todo a través del folclore andaluz, los suspiros de España -que con la resaca electoral han asomado tela esta semana- aparecen en la obra de Pilar Albarracín (Sevilla, 1968), y lo hacen con una mediación disciplinar que causa impacto y remueve el pensamiento, lo cual no es poco hoy en día. Ritos de fiesta y sangre es una exposición del CAC Málaga que podrá verse hasta el 18 de septiembre próximo; una muestra que abarca los últimos 15 años de carrera de la artista (bajo el comisariado de Fernando Francés). La ironía, combinada con el imaginario de un rito tan controvertido y serio como son los toros, hace su trabajo en la pieza más lúdica de la muestra, El Toro (2015), que en esta exhibición se queda en instalación (perdiendo su faceta interactiva, puesto que es in-tocable; una pena). Máquina ferianta con tanteo incluido, a vueltas con el prototipo de macho-man-español, la obra destila buenas dosis de coña intencionada por parte de Albarracín, una mujer de su tiempo bien curtida en las cuestiones de género, abordada en infinidad de obras, entre ellas la serie Mandalas (2012-2014), no expuesta aquí. En aquella ocasión tiraba de un arsenal de bragas de distintos tamaños y colores para coserlas sobre lienzo. Lo que la muestra del CAC ha reunido son algunos de sus bordados, hermosas piezas con las que la sevillana, hermanada por supuesto con la Bourgeois, declara su gusto por el hilo y la capacidad de componer imágenes sobre fondos en los que el color, como música de fondo, añade aún más fuerza. Y que igual contrapone ese pastilleo dibujado sobre seda con elementos vegetales y animales no humanos… que se centra en estos últimos (Paraísos artificiales, 2001); insectos y aves que, como el pavo real, pronto se convertirá en fijación. Aunque es el bordado de Guapa (2015) el que se eleva como pancarta, mostrando el piropo amplificado que escuchamos ante una Dolorosa, o la interpelación a pie de calle, que debiéramos considerar en declive.

Hay, por otro lado, una revisión del reparto de atributos en Pavos Reales (2010): ¿debe aspirar la hembra a pavonearse con las plumas del macho? Parece que esta inversión de roles lleva implícita la pregunta. La interpretación de las obras de Albarracín se abre igualmente en fotografías con enunciados contundentes, como en Prohibido el cante (2000); lo que parece el testimonio de una performance (que no fue) junta todos los topicazos posibles, de un sureñismo perfectamente relacionado con las contradicciones en las que incurre quien tiene un pie metido en la tradición y otro en la modernidad. Muro de Geranios (2005) es, así, el recordatorio de esas maneras de vivir en las que primaba el apaño en forma de latas de berenjenas y encurtidos. La tradición no tiene por qué ser fea.

El cambio de tercio viene con Asnería (2010), espectacular instalación que Albarracín corona con un burro sedente, libro en mano, sobre una montaña ilustrada que guiña el ojo a Juan Antonio Ramírez. Dentro de una obra que igualmente puede llegar a reasignar un nuevo atributo a una especie muy amiga de la nuestra (tanto como lo fue la cabra, desde tiempos inmemoriales), acaso relacionada con las aspiraciones de nobleza que se presuponen al buen humanista. Para no quedarse en la fútil competencia intelectual de la que adolece el esnobismo: empeñado en concretar, en especial, quién la tiene más larga. Esa afectación desaparece en la silueta de un burro tradicionalmente vilipendiado, injustamente diría. Protagonista de refranes faltones, asociado a la rudeza y a la escasez de luces -como decimos por aquí-, se erige aquí en personaje irónico y, en última instancia, polisémico. Un planeta imaginario susceptible de un análisis invertido aquí por la gracia de un arte material que se invoca a sí mismo, sea a través del Corpus solus, Joseph Beuys, Betty Parsons o el arte cántabro. En un tiempo sensacional para hacerse con material escrito del tipo que sea -merced a excelentes ediciones y traducciones cada vez mejores-, he aquí un asno que lee en soledad, como quien está entre los palos. Recordándonos la alta probabilidad de que no seamos tan listos.

'Padre Padrone'

Separata audiovisual de la muestra, Padre Padrone (2010) es una acción para vídeo en la que Albarracín documenta un relato rural de corte antropológico y etnográfico. La relación entre la especie humana y las demás -encarnada aquí, de nuevo, por un asno- es puesta de manifiesto en una pieza que muestra la enorme conexión que puede llegar a existir entre nosotros y ellos. Puede concluirse que desde el antiguo uso (y abuso) se está produciendo una evolución hacia un animalismo que, bien entendido, supone un notable avance de nuestra especie. Ya lo hizo notar un humanista, Norberto Bobbio, hace veinte años.

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