De texturas y formas sonoras

J. M. Cabra Apalategui

09 de octubre 2011 - 05:00

Teatro Cervantes. Fecha: 7 de octubre. Programa: 'Introspección I', de D. Luna; 'Concierto para piano y orquesta en Sol mayor', de M. Ravel; y 'Sinfonía nº 5 en Si bemol mayor, Op.100' de S. Prokofiev. Intérpretes: Orquesta Filarmónica de Málaga. Director: Jacques Lacombe. Solista: Ingmar Schwindt (piano). Aforo: Unas 600 personas (unos tres cuartos de entrada).

Si bien es verdad que el sentido de las cosas es aportado en gran medida por el observador, no lo es menos que la creación del vínculo encuentra su límite en lo que los antiguos llamaban "la naturaleza de las cosas". Quizás por eso, y a pesar de que el encabezamiento Introspección / Exhibición ya anticipaba fuertes contrastes, el programa del tercer concierto de la temporada de abono de la Orquesta Filarmónica de Málaga (OFM) resultó algo desconcertante.

El estreno absoluto de Introspección I, obra para orquesta sinfónica del joven y laureado compositor argentino Demián Luna, tuvo una muy buena acogida. Una composición de notable factura, cuyas texturas sonoras generan una atmósfera desasosegante; un viaje a las oscuras profundidades de la conciencia, más allá de la expiación, donde ya no hay culpa ni tormento, pero se está igualmente desprovisto de asideros. Si acaso se vislumbran las melodías; y apenas parecen surgir, son engullidas por la orquesta, que las diluye en el magma amorfo de lo inefable.

En contraposición, la definición melódica y la nitidez de las formas; elementos distintivos de las obras de Ravel y Prokofiev, que completaban el programa. Bajo la dirección de Jaques Lacombe (sucesor de Neeme Järvy al frente de la Orquesta Sinfónica de New Jersey) la interpretación del Concierto para piano y orquesta en Sol mayor reprodujo a la perfección los dictados del músico francés para la música de concierto: ligereza, brillantez -para lo cual no había más que resaltar las influencias jazzísticas y los giros españoles que salpican los movimientos primero y tercero-, sin pretensión alguna de profundidad o dramatismo. En la misma línea, Ignmar Schwindt abordó la intensidad lírica de movimiento central desde el comedimiento y una sencillez casi etérea, que incidían en su carácter intimista y contemplativo.

La Sinfonía nº5 en si bemol mayor, op. 100 es la cumbre de la producción sinfónica de Prokofiev. No es fácil sacudirse la acusación de formalismo sin incurrir en el hastío y la trivialidad; Prokofiev lo consigue con inspiración y refinamiento. La meticulosa dirección de Lacombe, más orientada a lo lírico que a lo épico (no olvidemos que está escrita en 1944), no permite que se sacrifique ningún detalle de este sutil edificio sinfónico.

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