Las virtudes flotadoras de la Comedia del Arte
Arranca (por fin) la temporada teatral en el Cánovas con la última propuesta de Animalario, aquí en coproducción con Teatro de La Abadía: una revisión del Arlequino de Goldoni a cargo de Alberto San Juan (que limita su participación al texto) y el gurú del grupo, Andrés Lima. Arlequino, como bien ha señalado Dario Fo, es una reflexión sobre el capitalismo incipiente del siglo XVIII, por lo que resultaba interesante considerar una traslación a la actualidad con el eje puesto en la inmigración, sustento y a la vez miseria del sistema. Cabía temer una denuncia de los abusos contra los extranjeros que se quedara en eso a costa de Goldoni, un panfleto armado para suscitar sentimientos de culpa. Y algo de eso hay en este Argelino, aunque, afortunadamente, no en las cantidades que habrían echado las mejores intenciones por la borda. Ocurre, cierto, que se incide a veces en argumentos que ya sabemos (la explotación, la violencia y la pasividad) y que, al mismo tiempo, no se va a la raíz verdadera del asunto, no se ahonda en busca de las auténticas razones de la tragedia, mucho más terribles, si cabe, que sus efectos. Argelino tampoco es radical cuando debería serlo, ni agarra el tema por el cuello. Pero, afortunadamente, sus valores son otros.
Lo anterior, de hecho, se perdona por dos motivos de peso. El primero es una puesta en escena asombrosa, que emplea los registros de la Comedia del Arte con pasmosa agilidad y que conduce, como regla maestra del género, del llanto a la risa y de la risa al llanto casi con independencia de lo que dicta la acción. El escenario vivo, las coreografías, las máscaras, las reacciones imprevistas y los tocamientos insuflan libertad estética donde la ética se queda floja, y equilibra. Y el segundo es el reparto, muy especialmente el enorme trabajo de Javier Gutiérrez, que crea un Argelino conmovedor, y la malagueña Virginia Nölting, espectacular. Sea para ellos el brindis.
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