Esta voz con anteojos para ser más que uno
Susana Rinaldi abrió ayer en el Cervantes el festival Tango Málaga
Recelaba en su momento Susana Rinaldi de los "cantantes que salen a actuar con anteojos", y ayer los lucía ella en el Teatro Cervantes ante el atril en el que leía las letras de sus tangos: "No me gusta cambiarlas, por respeto al autor". Así fue, al cabo: en los breves arrebatos en que la Rinaldi decidía levantarse del taburete y, mecida por el orquestal piano de Juan Esteban Cuacci, ponerle distancia a la chuleta, hacía la desmemoria de las suyas, sustentada en el tarareo. "Hace mucho tiempo que no canto", se excusó la artista, consagrada en los últimos años a sus labores diplomáticas. Bien, pues este sentido de ocasión única añadió embrujo a la velada, muy a pesar del coso medio desinflado. Era Susana Rinaldi, maldita sea. Que se ponga anteojos, si quiere, para leer las letras. Como si emplea un telescopio. La artista sigue diciendo el tango como pocos lo han hecho, contándolo, narrando sus historias, interpretando sus tragedias, materializando su poesía. Ahí, en su voz, la música sigue siendo una cuestión patrimonial: el tono, siempre certero y preciso, se expande en la desparramada cadencia del género con un calor que dilata, cierto, las estrías melódicas. Rinaldi abre y cierra paisajes en cada verso, excita y contiene, con la misma autoridad de aquella mujer que ha aprendido a pactar con sus miedos. Y porque ya Susana Rinaldi canta menos, porque es más difícil verla en un escenario, su actuación de noche significó una reconciliación en muchos términos. Incluido el que protagonizó Estrella Morente brindando al final a su maestra un entrañable tributo a este lado del mar.
Escribió Héctor Negro en Cuando uno canta: "Uno sabe que cantando es más que uno / y cantando quiere saber lo que no fue". El milagro consiste en que, a veces, el cantor logra despertar la misma sabiduría en quien escucha; pues también consiguió ayer Rinaldi que uno se sintiera menos solo. Lo hizo ya desde el comienzo, con la amalgama de Sur y Barrio de Tango, para pasar a la eternidad consumada de El corazón mirando al Sur de Eladia Blázquez. Recordó la cantante los tiempos de la dictadura y el feliz olvido ahora que "se puede decir lo que a cada cual le dé la gana" en la peligrosa Milonga de andar con alas, pero también lloró el modo en que Buenos Aires, todavía, le hace sentir extranjera en Como dos extraños (qué reconfortante sintonía la de quienes nos sentimos cada día más extranjeros en esta Málaga empeñada en convertirnos en tales). Desde El trompo azul hasta Y París que vuelve hubo tiempo y espacio, Uno mediante (encarnado aquí Santos Discépolo, profeta irreductible y delator de canallas), para hablar de Cortázar, como se habla con un amigo, a media luz, y cuánto se echaba de menos el ondear de una copa en la mano mientras tanto. Para Compañeros del alma insistió Rinaldi en que la música nace de los pueblos para unirlos, no para lo distinto: y entró así en el recuerdo Miguel de Molina y Te lo juro yo, metido el Atlántico en el bolsillo. Cuesta abajo fuimos ya despertando. Como de un abrazo largo.
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