La voz como un incendio, para la libertad

Miguel Poveda puso ayer el Teatro Cervantes boca abajo en la primera cita con sus 'Sonetos y poemas para la libertad'

Miguel Poveda, ayer, durante su concierto en el Teatro Cervantes.
P. Bujalance Málaga

13 de mayo 2016 - 05:00

Tal y como recordó el propio artista, Miguel Poveda regresó ayer al Teatro Cervantes para recoger el concierto más o menos donde lo había dejado hace un año, cuando a vino a vestir de largo sus Sonetos y poemas para la libertad. Su último proyecto andaba aún en pañales y Poveda vino a Málaga a darlo a probar, a calibrarlo y medir sus alcances. Ayer, en la primera de las tres citas reservadas (los envites de Poveda en el Cervantes se dan inevitablemente así, multiplicados) esta semana, y con un público entregado que llenaba el coso hasta el gallinero, después de una larga gira por España ("La discográfica no ha decidido por ahora llevarme fuera, pero ya iré", advirtió un Poveda muy flamenco en todas sus costuras), los temas armados con versos clásicos y contemporáneos y la música de Pedro Guerra sonaron más acabados, redondos y rodados; pero, como sucede a menudo con el artista, esto fue lo de menos. Poveda estalló ayer en el trance consagrado al cante, que tuvo en Málaga una prolongación notable "en reconocimiento a Andalucía, la tierra que me acogió". Y el resultado fue un Teatro Cervantes puesto boca abajo. En parte, ya sabíamos que esto pasaría. Pero la manera en que el hechizo sucede es siempre un misterio.

Cantó el año pasado Poveda en el Cervantes Para la libertad de Miguel Hernández por bulerías y justo así empezó ayer el concierto. Siguió con el repertorio del disco, en el que se dieron cita los inmortales versos de Lope de Vega junto a los de Rafael Alberti, Luis Eduardo Aute y Ángel González (en una espléndida versión de Donde pongo la vida pongo el fuego) entre otros, en un tramo de inspiración melódica, guiado por el oficio de Joan Albert Amargós al piano y un Chicuelo a la guitarra que reservaba su lucimiento para un poco más adelante. Quizá adoleció esta sección de un exceso de sonoridad enlatada, un formato un tanto injusto con una voz que, retirado el micrófono a más de un metro, pedía más verdad y más tierra (los pasajes más jazzísticos pedían a gritos un contrabajo). Pero Poveda, insisto, vino a Málaga con determinación flamenca. Algunos recordábamos un concierto en el Centro Cultural Provincial en la primera edición de Málaga en Flamenco en el que lo más honesto fue partirse la camisa en el patio de butacas; y parece que el artista también se acordaba. Hubo, en este sentido, una recuperación feliz que contó episodios inolvidables.

Un primer aviso instrumental por bulerías, ya con Chicuelo en plena disposición y maestría, precedió a unos fandangos abandolaos prodigiosos y repletos de matices. Allí estaba el Poveda que muchos aman, amamos, sin detrimento de los otros Povedas que vienen a hacer, al fin, lo que les da la gana. Pero al catalán se le dan de lujo las alegrías, y ayer lo demostró con creces para que las malagueñas se hicieran tirabuzones con las bombas de quienes ustedes saben. Finalmente, Poveda se reivindicó como cantaor con una verdadera declaración de principios: "La boca me pierde. Pero a los 43 años, ya no tengo remedio. Algunos me dicen coplero. Pero, con todos los respetos, no recuerdo que Manolo Escobar ni Miguel de Molina cantaran con este soniquete". Y bordó a continuación una seguiriya monumental, árida y rigurosa, pletórico de afinación y sentimiento, roto por todas partes. Así, Miguel Poveda se confirmó como el cantaor libre que ha ido poco a poco conquistando y defendiendo su terreno: siempre, cante lo que cante, suena a verdad. Pero también tuvo Rafael de León su sitio. Y la noche fue un incendio.

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