Estar en lo que se está

Nunca el cosmos ‘indepe’ había tenido más poder... ni menos votos

Uno de los clichés de la labor de ser padres es el “no estás en lo que estás” si el hijo no presta atención a la tarea y sufre un contratiempo. Tengo por cierto que una persona muy observadora, en particular de los detalles que a los demás suelen pasarles desapercibidos, tiene alto riesgo de tropezones, pérdida de aviones y llaves, informalidad: porque no está en lo que está, sino en algo quizá más profundo o interesante: de despistados observadores están los parnasos llenos, desde el del arte hasta el de la Física. ¿Se trata, paradójicamente, un grado menor del espectro del déficit de atención? El embobado minucioso no entra en estado de plenitud mental o mindfulness, una técnica de meditación –para mí, enigmática– que consiste en observar la realidad en el riguroso presente y de forma completa. Los retiros de mindfulness estuvieron en boga hasta hace poco: silencio y frugalidad de lujo, y así es difícil despistarse.

El exceso de atención puntual que te desenfoca de otros deberes es un buen ejemplo de la dejación de funciones en la que pueda incurrir un progenitor obsesionado por el trabajo o por el golf, un directivo engorilado en una agenda de prosperidad personal tangente a su cargo o, en nuestro panorama político, los palos de ciego –ciego visionario– de partidos como ERC y Junts, formaciones que desde el 1-O de 2017 y hasta seis años después proceden con una terquedad indepe dañina para Cataluña y España. Representantes de dos formaciones que no han respondido a los cambios de los catalanes, incluidos sus propios votantes. Esas caras no han cambiado (Puigdemont, Junqueras, etc.). Sí ha cambiado la opinión pública –catalana—, que ha preferido transitar al realismo. Ellos, en tanto, planean en las nubes incendiadas de un idealismo donde habita el liberador. Vamos a los números.

En Cataluña, en las elecciones autonómicas y municipales del 28-M de este año, el independentismo perdió gran parte de su poder institucional en capitales de provincia y diputaciones. Ya en las generales del 23-J, incluso gobernando al alimón la Generalitat, los indepes se han dado un batacazo de padre y muy señor mío. Unos datos del voto catalán: el Partido Popular fue allí más votado que ERC; Junts quedó poco por delante que Vox (120.000 mil votos más); ERC quedó en cuarto lugar; Junts, en el quinto. La CUP desapareció. El independentismo fue apoyado por el 27% de la población catalana: ¿qué palanca hay, pues, para plantear un referéndum? El nacionalismo antiespaña –¿no lo es?– tiene menos diputados que nunca. Pero Spain is different. Y Catalonia is Spain. I tant.

Pero, albricias, a Puigdemont, acogido en Bruselas, le llegó una herencia de una tía soltera. De pronto, en su miseria cuantitativa, se convirtió en la bisagra herrumbrosa más extravagante que haya conocido nuestra política. Siete votos de 350 hacen un 2%, o sea, una nimiedad en cuanto a centralidad, fuerza y, diría, en cuanto a crédito para sacar pecho en la mesa de juego donde se trasiegan los destinos de un país condenado a estar intercambiando estampitas a cada paso que dé (alguna, de 45.000 millones). Por otra parte, la capacidad de movilización de los suyos es escasísima: es otro poder político en deconstrucción, y hasta derribo. Pero con esta resurrección de siete votos mustios se quieren enardecer los ánimos, renovar los odios, el victimismo y la visibilidad y, con ello, recuperar la credibilidad perdida por un husillo (bueno, un maletero). Sánchez, un jugador duro de roer, sí está en lo que está, y, a la vez, tiene fijadísima su atención. Su estrategia es de enunciado jesuítico: “En tiempos de desolación, no hacer mudanza”. De casa, por lo menos. Dicho mucho más vulgar, por Belén Esteban: “Por la Moncloa, ma-to”.

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