Crónica de una rara campaña

Las minorías han sido elevadas a protagonistas y los argumentos materiales a figurantes

Finaliza la campaña de las primeras elecciones generales exprés de la historia de nuestra democracia, dos meses después de las municipales y algunas autonómicas. Una convocatoria de Moncloa que bascula entre lo responsable, la asfixia y el marketing de tinta de calamar. Hemos asistido al paroxismo de las minorías como objeto de casi todo debate; no sólo Vox y Sumar han centrado su propaganda en sus propuestas fáciles para resolver lo difícil: también lo han hecho los partidos bipartidistas, ahora bibloquistas amarrados a sus parientes populistas. Sánchez ha dicho mil veces “Vox”; Feijóo –al que deseamos pronta recuperación de su espalda, con lo que eso duele– ha mencionado a Bildu y al conglomerado mutante de Podemos otras tantas. El populismo más ignorado ha sido el nacionalista de región rica, desde el de misa preceptiva e indulgencia con el terror fraterno (Aitor Esteban, PNV, espera su oportunidad desde el lunes, pero está mustio), hasta el del ridículo de Waterloo (a los herederos de la imprescindible CiU no los quieren ni en Madrid, ni en Bruselas ni en Barcelona: ahí lo llevas, fino y moderno golpista), pasando, en menor medida, por el rocoso y muy votado planeta de aquellos que siguen adorando a ETA; como Michael Corleone, hecho héroe del Vietnam, adoraba a su padre. Las minorías no antiespañolas han sido elevadas a protagonistas, y los argumentos materiales, a figurantes.

En esta campaña hemos visto cómo los debates televisados son un pésimo ejemplo para los colegiales y las comunidades de vecinos. En el primero, entre los dos pesos pesados, aquel que debe representarnos al más alto nivel fue un mal modelo. Sánchez, el de las bellas formas y maneras, hizo del no dejar hablar táctica y estrategia, no respetaba turnos, repetía como un papagayo crispado las mismas cosas (entre ellas, no pocas verdades sobre su más que aceptable gestión económica pospandemia). Feijóo, mucho más en su sitio ese día y por su parte, adujo estadísticas tan falsas como monedas de tres euros: con esos asesores, quién quiere enemigos. Y aquí viene otro rasgo –peligroso y desazonador– de la campaña: ciertos entrevistadores y moderadores de los debates de los candidatos. El primer debate al extraño alimón de Antena 3 (Vicente Vallés, que aplaudía como “autorregulación” el moñeo insoportable e inaudible de los contendientes) y la Sexta (Ana Pastor, lo mismo que Vallés, pero encima árbitro casero, de la casa de la izquierda oficial), fue un ejemplo de pecado de omisión: ¿cómo pueden los candidatos esgrimir datos antagónicos sobre los mismos asuntos, y que los periodistas no corrijan a uno u otro, tratándose de asuntos completamente a la mano como las tasas de PIB, el desempleo, la inflación o el incremento de las pensiones? Que no dominen estas cosas tampoco Sánchez y Feijóo es ya de teatro de barrio. A toro pasado y en un vis a vis, Silvia Intxaurrondo (TVE, con querencia clara a ceñir babor) infligió un merecido castigo al nuevo mentiroso –Sánchez lo es nivel superviviente–, Núñez Feijóo, por los falsos datos sobre pensiones que adujo en el combate de primeros espadas en la multipolar Atresmedia. Intxaurrondo, nuestra Intxaurrondo, ha sido elevada a los altares por los suyos. No tenemos gran remedio. A ver si en las próximas elecciones algunos periodistas van a ir en las listas. Me temo que no les saldrán los números, eso sí.

Para los anales de la historia queda la contractura de Feijóo –otro ejemplo para los colegiales, los lunes: “mami, estoy malitoooo”–, pero sobre todo el vídeo del “¡Pues bien!” de Zapatero. Con este salvador del socialismo, el Titanic es un revolcón en el rompeolas. Y es que la vida es poliédrica e “infinita” (¿se imaginan el apuro estar entre el público mientras todo un ex presidente suelta esas chorradas... en plena campaña?).

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