Análisis

Joaquín Aurioles

Economía “gig” y trabajo líquido

Las crisis aceleran los cambios y hacen que el funcionamiento de la economía modifique sus esquemas. Es también el ocaso de las actividades maduras y el momento de que las emergentes ocupen su lugar. Es una especie de axioma irrebatible en economía, frente al que conviene estar atento porque puede acabar con cualquiera que, fascinado en su cotidianeidad, se resista a reconocerlo o intente impedirlo mediante normas y leyes. Economía “gig” es como se denomina una nueva forma de relación laboral surgida tras la crisis de 2008 en Estados Unidos como fuente de rentas complementarias. Básicamente consiste en una forma de colaboración específica, que puede ser laboral o mercantil, para la realización de una tarea concreta, normalmente de corta duración. No es un invento del todo nuevo porque se trata de lo que básicamente han hecho siempre los autónomos (en España surgió la variante despectiva del “falso autónomo”), pero con la novedad de la fortaleza de su implantación y el apoyo de nuevas tecnologías que permiten a empleador y empleado contratar servicios puntuales a través de plataformas digitales. Según McKinsey, unos 162 millones de personas en Europa y Estados Unidos, entre el 20 y el 30% de la población en edad de trabajar, tienen algún tipo de relación directa con ella. Movilidad (reparto y desplazamiento de personas), viviendas turísticas, dependencia y servicios domésticos, etc., son ejemplos de actividades surgidas tras la crisis con el fin de facilitar ingresos, normalmente complementarios, a sus usuarios.

El concepto de trabajo líquido surge y se expande con la pandemia y el teletrabajo. De la misma forma que cualquier líquido sea adapta a la forma del recipiente, algunos trabajadores prefieren ajustar su relación laboral a sus circunstancias personales, al margen de horarios, jerarquías y desplazamientos. También es la forma de relación preferida por empresas interesadas en el aprovechamiento puntual de talento alejado de su centro de operaciones. Cuando las circunstancias cambian tan rápidamente, las oportunidades surgen de forma súbita y también la necesidad de una rápida adaptación para su aprovechamiento, de forma que las estructuras laborales rígidas pueden ser contraproducentes tanto para la empresa como el trabajador.

La idea de trabajo líquido echa por tierra el viejo modelo de relaciones laborales, cuyos pilares básicos son: tipología cerrada de modelos de contrato, negociación colectiva, subsidio de desempleo e intermediación en la búsqueda de empleo. Cabe esperar, por tanto, una fuerte oposición desde sus estructuras, puesto que los inconvenientes existen.

Entre ellos, el desplazamiento de la estabilidad laboral como principio básico de la regulación y la probabilidad de situaciones de abuso, tanto mayor cuanto menor sea la valoración del talento en la relación. Aunque también hay ventajas y entre ellas la deslocalización de la actividad y sus implicaciones en materia de conciliación y como alternativa a la emigración desde zonas deprimidas. En todo caso, recordemos lo trivial de oponerse a los cambios que surgen de las crisis, que convierten en obsoleto lo establecido y consolidan lo emergente.

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