Algunos novelistas inflan sus asuntos. Otros los desinflan. Inflar y desinflar: dos formas de tratar lo que se cuenta. Miremos el mundo de los payasos: el carablanca infla, se da aires, presume, se jacta y da importancia a lo que no la tiene; el augusto, el de los zapatones y los harapos y la nariz-tomate… ese desinfla, se ríe del carablanca, del mundo y de sí mismo, a sabiendas o no.

Los antiguos griegos distinguían dos caracteres dramáticos: el eiron, que desinfla y relativiza, y el alazon, que hace lo contrario. Sancho, eiron; Quijote, alazon, aunque nuestro caballero manchego no tenía la faceta de impostor que suele acompañar a este carácter.

En la novela, Stendhal y Zola nos dan ejemplos de estas dos actitudes. En La Cartuja de Parma, Stendhal adopta un método eiron para situarnos en los horrores de la batalla de Waterloo, acompañando a un desorientado Fabrizio del Dongo, que soñaba con ser héroe:

…mira cómo tu rocín pone tiesas las orejas cuando el rumor del cañón ronca algo cerca; es un caballo campesino que te hará matar en cuanto te pongas en línea. ¡Esa humareda blanca, que ves allá por cima de ese vallado, son los tiros del pelotón, chiquillo! De modo que ya puedes prepararte a tener un buen canguelo...

La ironía, la burla, la ligereza contrastan con la tragedia narrada. Stendhal rebaja la terrible realidad bélica con una maestría de apariencia distraída, jugueteando con ramitas y con un curioso espectáculo

En aquel instante, una bala de cañón dio en la hilera de los sauces, a los que cogió de sesgo, y Fabricio vio el curioso espectáculo de todas aquellas ramitas que volaban a un lado y a otro como arrasadas por una guadaña […]

Algo después, al ver a las tropas francesas en desbandada, Fabrizio observa:

Son como borregos que huyen […]

-¡Quieres callarte, boquirrubio! […] Había insultado a la nación […] Con estos franceses no se permite decir la verdad cuando su vanidad resulta ofendida.

Stendhal nos evita la verdadera batalla para enredarnos en críticas de cafetín a los caracteres nacionales y otras cominerías por el estilo. Este es el tono relajado y casi banal de los tres capítulos dedicados a Waterloo. La épica ha desaparecido de la narración de Stendhal en virtud del tono eiron adoptado.

Zola adopta el tono opuesto para llevarnos a la batalla de Sedan, otra catástrofe militar francesa:

Rochas, sin embargo, triunfaba. A su alrededor, los disparos de algunos soldados, a los que él excitaba con su voz tronante, habían adquirido tal viveza al ver a los prusianos, que estos reculaban y volvían al bosquecillo.

¡Manteneos firmes, hijos míos! ¡No aflojéis!... ¡Ah, los cobardes, mirad como huyen!

El tono es bien distinto y la voluntad de tensión, de heroísmo, de gallardía en este fragmento de La debacle, nada tiene que ver con la liviandad que leíamos en La Cartuja de Parma. Allí Fabrizio se ocupaba de sus observaciones mundanas en medio del horror de la guerra. Aquí, en Zola, la atención se centra en otras cosas:

… la docena de soldados que aún defendían las terrazas se encontraban entre dos fuegos, amenazados con quedar cortados de Sedan. Los hombres caían y hubo un momento de confusión extrema. Los prusianos ya estaban superando el muro del parque y llegaban por las veredas en tales números que el combate pronto fue a la bayoneta…

Ni un gramo de levedad, de desahogo, de ironía en esta descripción de Zola. Lo contrario que en Stendhal, quien veía en la guerra un pretexto para el ingenio y para dedicarse a desarrollar el carácter de su personaje.

Luego está el shakesperiano Falstaff, que es, a la vez, eiron y alazon, pero esa es otra historia.

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