Joaquín Aurioles

Inflación y bancos centrales

Tribuna Económica

23 de junio 2022 - 01:38

En la cumbre del G-20 de 2009 se enfrentaron dos posiciones sobre cómo combatir el colapso provocado por el estallido de la burbuja financiera en Estados Unidos. Por un lado, Obama y Brown, por entonces primer ministro británico, proclives a la intervención inmediata con todos los medios disponibles (fiscales y monetarios). Por otro Merkel y sus satélites, que consiguieron convencer al resto de Europa y, sobre todo, al Banco Central Europeo (BCE), de la conveniencia de no emplear toda la artillería en la primera batalla. No sabemos si funcionará, venían a decir, pero es seguro que estaremos indefensos si hay réplicas de la sacudida. España se alineó formalmente con las tesis prudenciales europeas, pero en la práctica el gobierno se encargó de dilapidar en unos meses el saneado estado financiero que por entonces presentaban las cuentas públicas españolas. Representativo de la indiscutible deriva keynesiana, fue la dotación de 11.000 millones de euros para inversiones municipales. No solo no resolvió nada, sino que contribuyó a que en mayo de 2010 se produjese el mayor recorte en el gasto público de la democracia, colocando al país al borde del rescate.

La crisis de la deuda soberana que vino después y la amenaza de llevarse por delante el experimento de la moneda común estuvo alimentada por la enfermiza obsesión alemana por la austeridad y por su implacable coacción sobre el BCE. Por entonces, la Reserva Federal había desplegado su arsenal monetario en Estados Unidos y las cosas iban bastante mejor que aquí, hasta que, en el verano de 2012, Mario Draghi hizo público su firme compromiso de defensa del euro. Los vaivenes fiscales, tanto el derroche como la austeridad, se habían demostrado ineficaces para gobernar a la economía en la tormenta, pero la artillería monetaria resultó ser mucho más eficaz de lo previsible y con menos efectos secundarios (entiéndase inflación) de los temidos.

La siguiente prueba de fuego vino con el coronavirus. Cuando ya se había iniciado la retirada de los estímulos monetarios y la corrección de los desequilibrios fiscales, la pandemia obligó a levantar de nuevo las defensas y a suspender temporalmente la prudencia financiera. El BCE desplegó sus ayudas a los países más necesitados, que eran los más endeudados y entre ellos España. A diferencia de otras crisis, las empresas mantenían intacto su potencial y solo esperaban la oportunidad para la reabrir sus puertas, pero las fisuras en las estructuras del comercio internacional dificultaban el retorno a la normalidad. La tensión sobre los mercados que el crecimiento desorbitado del dinero o el desorden en las cuentas públicas no habían conseguido provocar, apareció con el desabastecimiento y el encarecimiento de las materias primas, obligando a los bancos centrales a enfrentarse de nuevo al dilema keynesiano de elegir entre paro e inflación. Por el momento han elegido luchar contra la inflación, aunque se perjudique el empleo. En los años 70 también hubo un shock de oferta, el del petróleo, y el resultado de la elección fue que la inflación continuó descontrolada y el paro se disparó. Se conoció como estanflación (estancamiento+inflación).

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