El parqué
Jaime Sicilia
Sesión de menos a más
Tribuna Económica
Vacuna viene de vaca porque la primera, la de la viruela, tuvo su origen en la variedad que afectaba a las vacas, más benigna que la de los humanos. A su descubridor, el médico inglés E. Jenner (1849-1823), le resultó muy difícil convencer a sus colegas porque un remedio de tan innoble origen como una vaquería inspiraba poca confianza, pese a los intrincados recovecos de método científico, que obliga a observar la realidad, a establecer hipótesis de lo observado y a volver de nuevo a la realidad para contrastarlas.
Resulta paradójico, pero pocas innovaciones son recibidas sin rechazo inicial por la sociedad que se ha de beneficiar de ellas. Recordemos la resistencia inicial al teléfono móvil, la tarjeta de crédito o al propio automóvil, que explica el fracaso de más de la mitad de las empresas creadas en torno a un producto innovador. En algunos casos, como el de las vacunas, las convicciones personales, como la reivindicación de un espacio de libertad o razones de tipo religioso, pueden incluso llevar a movimientos de resistencia organizados, que no dudan en apropiarse de las fisuras propias de la novedad para reforzar sus posiciones. La rapidez con que se han desarrollado las vacunas o la progresiva revelación de sus efectos secundarios ayudan al arraigo del rechazo, aunque otros valoramos de forma meritoria estas mismas circunstancias. También esgrimen el contenido de sustancias potencialmente peligrosas (aluminio y mercurio), la sobrecarga sobre el sistema inmunológico de múltiples vacunas o su presunta responsabilidad de alergias y enfermedades autoinmunes, aunque la evidencia científica sobre la debilidad de estos argumentos es abrumadora.
Hay más razones que la economía explica apoyándose, como en tantas ocasiones, en la psicología. Comencemos por las razones ocultas tras los intereses económicos que estuvieron detrás del rechazo a la música grabada, alimentos como la margarina y reconozcamos que cuando la innovación pone en riesgo la supervivencia de la tradición y la cultura, así como de la economía vinculada a ellas, es razonable y también legítimo el surgimiento de reacciones iniciales contrarias.
Cuando nos preguntamos por el desconcertante rechazo de algo que nos favorece (más ventajas que inconvenientes) nos adentramos en el terreno de las decisiones irracionales y la economía conductual. Nos resistimos a las innovaciones por razones prácticas, como la necesidad del aprendizaje, y emocionales, que nos obligan a llevar al trastero los vinilos o nuestros antiguos teléfonos móviles. Es el valor sentimental del que carecen las cosas nuevas y que nos lleva a sobrevalorar lo que perdemos cuando nos desprendemos de algo y a infravalorar la innovación. Por ello nos cuesta aceptar la actualización del software, el 5G y los transgénicos y desconfiamos de los robots.
D. Khaneman, psicólogo y premio nobel de Economía, se refería a la aversión a las pérdidas. La valoración personal de las pérdidas es mucho mayor que la de las ganancias, aunque sean del mismo tamaño. Esto explica que tendamos a pedir una mayor compensación por ceder algo personal de lo estaríamos dispuestos a pagar por recibirlo.
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