Gafas de cerca

Tacho Rufino

jirufino@grupojoly.com

Las clases medias y/o trabajadoras

Los asesores políticos encuentran su nivel de incompetencia cuando esgrimen argumentos populistasLas energéticas han sido bautizadas como de derechas por Sánchez; qué mal

Lo peor del sistema democrático llega cuando nuestros gobernantes -qué decir de sus oponentes- se meten el en bucle inútil y propagandístico de las soflamas supuestamente ideológicas, que el equipo asesor de turno sustancia en forma de eslóganes que el político compra y repite hasta dar fatiga; como si gobernar fuera estar siempre en campaña electoral. Nuestro presidente de Gobierno nacional lleva unos meses dale que te pego con la muletilla de "las clases medias trabajadoras", o, con cierto matiz clasista, "las clases medias y trabajadoras". Por algún sitio me ha llegado que ya los consejeros áulicos de Pedro Sánchez le han aconsejado abandonar ese mensaje: lo ha agotado, de tanto exprimir tal limón cada vez que tiene una cámara y unos micrófonos delante. Cuando el poder legítimo por los votos toma tintes de bananero y populista, "algo huele a podrido en Dinamarca" (en la obra de Shakespeare, esta frase la dice el secundario Marcelo, que no Hamlet, el protagonista). No es sólo irritante que se presuponga que las clases medias no son las trabajadoras, o que se le tire a todo lo que se mueva por un puñado de dólares de urna, sino que se quiera de forma mema lanzar anzuelos electorales para embaucar y pescar a propios y extraños. Bien mirado, no sabemos quiénes son los propios y quiénes los extraños en un PSOE absolutamente personalizado, y desnaturalizado por un superviviente equilibrista y eficaz gestor de su poder. Como el presidente Sánchez.

Es ingenuo indignarse por que la política se pronuncie con mensajes simplones y dirigidos a la sugestión de las masas: siempre ha sido así. El problema emerge cuando el máximo responsable ejecutivo de un país, erre que erre, orienta sus declaraciones públicas con criterio marquetiniano, y de mediocre estofa. En tiempos turbulentos. La "clase media trabajadora" -cuánta hartura- es un ejemplo de ese proceder comunicativo de gota malaya, que se sabe de enorme difusión por la pura razón del ejercicio del poder. Pero hay otros. Y quizá más preocupantes. Hace unas semanas, en el Senado, el presidente se enfrentó al candidato popular, Feijóo, como cuando Casius Clay ya rebautizado Muhammad Alí peleó con Foreman en Zaire -hoy, República del Congo- en 1974... en vez de en el Madison Square Garden. En ese intercambio de golpes, Sánchez lanzaba al decepcionante político gallego crochets al mentón y ganchos al hígado: tomando el testigo huérfano de Pablo Iglesias, le dijo al candidato conservador que él estaba allí como un testaferro o monigote de las "eléctricas o energéticas". Como si cinco millones de votos -no todos ricachos, también clase media que trabaja, autónomos, de todo- fueran un embrujo alien de Endesa, Iberdrola, Repsol, Naturgy u otros operadores del ramo; del tema que nos quema en la cuenta corriente. "Tú eres un esbirro de los malos" (las comillas son mías).

Pudimos ver a la ministra María Jesús Montero sacar pecho -con bastante razón- por el hecho de que el Gobierno español ha sido precursor y liebre de la reciente exigencia de la Unión Europea de que las energéticas arrimen el hombro ante una inflación que machaca las economías domésticas y empresariales. Legítimo argumento, y se agradece. Sucede que, una vez agotado el mantra de "la clase media y/o trabajadora", el ataque a las energéticas -qué malas son, madre- se erige en el nuevo banderín de enganche de ocasión de la Moncloa. Está claro que Sánchez no aspira a su tránsito por la puerta giratoria hacia estas empresas señeras; otras puertas granujas habrá, y algunas ya ha habido, de familiares maneras. Pero, siendo máximo responsable político, no asumir que esas empresas son un activo nacional de primer orden, y a la par atribuir a la Oposición contubernios corruptos es sencillamente impresentable, infantil, descorazonador.

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