Visto y Oído
Cien años...
Tribuna Económica
Pese a los detractores y agoreros que vaticinaban una vida difícil y corta para el euro, han pasado veinte años y aquí está, viendo pasar gobiernos, y con un cambio alrededor de 1,14 dólares, que es un 14 por ciento más de la paridad que tenía cuando nació; y eso que el tipo de interés a un año en Estados Unidos es el 2,5%, y en nuestra zona es negativo, por lo que los capitales deberían acudir a Estados Unidos atraídos por ese interés más alto, apreciando su moneda. Aun así, el dólar no puede con el euro.
No somos conscientes de hasta qué punto el euro es una moneda fuerte; pasó un mal momento con la crisis de la deuda griega y de otros países, entre ellos España, sin que los gobiernos pudieran hacer absolutamente nada; de hecho, las desacertadas decisiones que se tomaron, las penosas medidas de austeridad de las que algunos siguen presumiendo, no hicieron más que agravar el problema. Sin embargo, bastó que el presidente del Banco Central Europeo dijera -era en Londres, verano de 2012- su famosa frase de que haría "cualquier cosa que fuera necesaria" para preservar el euro, "y, créanme, que será suficiente", para que al día siguiente los tipos de interés cayeran en picado. Lo que Draghi insinuaba lo hizo más tarde, comprando hasta 2,6 millones de millones de euros de deuda pública y privada, y hundiendo los tipos de interés; y lo que es más asombroso, con depósitos por los que el banco central no paga nada, sino que cobra un 0,4%. Este privilegio que tenemos de cobrarles a los que quieren tener euros, es algo que a la mayoría de la gente le resulta incomprensible, y es la mejor evidencia del atractivo y poder del euro.
Un enemigo visceral del euro son los Estados Unido, todos sus gobiernos, pero especialmente el de Donald Trump, y se manifiesta en Alemania y la persona de Angela Merkel. Alemania nos hizo daño con las exigencias de austeridad, pero Merkel ha pasado en ocasiones clave por encima de su propio partido, para no crispar la situación en Europa, y de una forma u otra hemos salido adelante. Está claro que Trump tiene su guerra particular con Europa -no hay que olvidar que su padre se pasó la vida negando sus orígenes germanos-, y su rabia le pudo en la reunión del grupo de los siete, en la primavera de 2018, cuando al irse le tiró en la mesa a Merkel dos caramelos rojos de Starbust, diciéndole: "Toma, Angela, para que no digas que no te doy nada" -la historia la cuenta Susan Glasser, columnista del The New Yorker, y la oficina del presidente no se lo negó, diciendo que el presidente "estaba bromeando".
Pese a todo, el peor enemigo del euro lo tenemos dentro. Se ha visto con Gran Bretaña, que no estaba en el euro, pero sí en la Unión Europea; y cada día lo vivimos en la frivolidad y falta de escrúpulos de políticos de la derecha populista, que crean conflictos con las instituciones europeas para encandilar a sus votantes, más allá de lo que podrían ser discusiones normales dentro de la Unión. Todo esto habrá que irlo siguiendo, para que las elecciones al parlamento europeo nos den representantes críticos y que entiendan la diversidad europea y sus problemas, pero responsables con el proyecto que tiene como estrella el euro.
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