Visto y Oído
Cien años...
el poliedro
Las muletillas de la corrección política son tantas que alguien debería meterse a taxonomista de las expresiones de moda, casi siempre fugaces y mayormente triviales. Los políticos son campeones de la perífrasis del tipo "el conjunto de los españoles", que por algún melindre no se reduce al natural "los españoles".
Podemos mencionar otras, las hay a manojos. "Y a partir de aquí...", cuando se ha arreado el bofetón al contrincante parlamentario, y no se pretende concluir el argumento, sino volver a arrear otro sin ulterior razonamiento.
Hay otras bobadas del lenguaje del tararí y el tenga usted cuidado con su retaguardia. Resulta especialmente sospechoso el uso del "desde" cuando se puede perfectamente utilizar un "con". ¿Cuestión de preposiciones? Qué va, es un síntoma de falsedad, de la falsedad que preña a la corrección política por lo general. Vayamos a los ejemplos: si alguien dice "desde el cariño", "desde el respeto", "desde la comprensión" (en vez de con cariño, con respeto o con comprensión, que es lo propio), te está diciendo justo lo contrario: ni siente cariño, ni respeto, ni comprensión. Te está atizando de lubricantes maneras.
Una de las expresiones más in y gratuitas de estos tiempos neologistas -todos los tiempos lo fueron a su manera- es la que afirma que algo "ha venido para quedarse". "El teletrabajo ha venido para quedarse", y fue que no. Eso se decía porque "el virus había venido para quedarse", y parece que tampoco. "El poliamor ha venido para quedarse"... ¡Un poquito de por favor!, y robemos aquí la mítica queja de Fernando Tejero (esa expresión suya en el papel del portero Emilio en la serie Aquí no hay quien viva sí vino para quedarse; es gloriosa y no tiene pretensiones de Nostradamus de salón).
Cabe preguntarse si el gasoil y la gasolina a dos euros "han venido para quedarse" tras una subida del 100%, o sea, del doble de hace apenas un año.
Si el aumento de precios brutal del litro de carburante causado por la invasión rusa de Ucrania y la dependencia europea del gas y el petróleo ruso acabarán volviendo a su ser cuando el crimen militar acabe y el sistema de precios retorne a una oferta y una demanda razonable es algo que podemos poner en duda. Es lícito maquinarse que aquí hay gato encerrado. Que las petroleras y gasolineras están arrimando el ascua a su sardina, y que el Estado se está poniendo las botas con los impuestos especiales e indirectos (IVA).
La llamada "elasticidad demanda-precio" es un concepto que Alfred Marshall, economista inglés que lo robó de la Física, y con él se constata la proporción en que la demanda responde a los cambios de precio de cada bien. La demanda del crucero es elástica al encarecimiento del precio, y baja si este sube; pero la demanda del pan al aumento del precio del bollo es inelástica: pan, hay que comer.
Pues la elasticidad del consumo de carburante ante el aumento de su precio es baja: pero pastorea al consumo de coches hacia la oferta eléctrica, aún rara, cara e incómoda.
Hay quienes, descreídos, tienen claro aquí hay gato encerrado: ha llegado la fase final de los carburantes fósiles, y con la palanca de Putin hacia el eléctrico con la coartada de la guerra en curso, un acelerón a la Agenda 2030, de alma sostenible. Uno prefiere no lanzarse a los brazos de la conspiranoia. Pero sí apuesta un par de euros (por litro) a que nunca volverá el precio del carburante del coche doméstico al que fue hace nada más que un año.
Los dos euros han venido para quedarse.
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