Joaquín Aurioles

El nuevo radicalismo

Tribuna Económica

13 de junio 2024 - 00:15

Los movimientos sociales del último tercio del pasado siglo fermentaron en las universidades. El sistema de bienestar de la época permitía a las clases medias ofrecer seguridad a la nueva generación universitaria (El radicalismo de la clase media; Parking, 1968), pero le negaba el acceso al poder. El radicalismo de los movimientos pacifistas o antinucleares en occidente surge de la voluntad de remover los fundamentos políticos (la democracia liberal) y económico (el capitalismo) del propio modelo de bienestar, es decir, de cuestionar sus raíces. El radicalismo posterior se extiende a otros ámbitos igualmente dominados por la voluntad de cambiar las cosas, como el ecologismo o el feminismo, pero no excluyentes de variantes conservadoras, como en los ámbitos de la religión y la política, que en el caso de esta última se proyecta sobre los dos extremos del espectro ideológico.

En teoría, la antítesis del pensamiento radical es el moderado, pero la deriva radical del liberalismo de los últimos años y el propio resultado de las elecciones europeas llevan a considerar que el verdadero antagonista del radicalismo podría ser el pragmatismo. El votante exige soluciones reales a problemas cercanos que afectan a su seguridad y sus condiciones de vida. El nuevo radicalismo surge del escepticismo, es decir, de la desconfianza en las soluciones del radicalismo utópico. El ciudadano observa el drama de la inmigración, el problema de la vivienda, la división en el movimiento feminista o el conflicto entre los agricultores y la agenda del clima y demanda soluciones pragmáticas capaces de conciliar intereses y principios morales.

En su Ética para vivir mejor, P. Singer (1990) sitúa el pensamiento radical en el conflicto entre la ética y el interés personal. La mayor parte de las elecciones cotidianas se realizan dentro de un marco de valores determinado por la ética en el que intentamos maximizar nuestros intereses. Cuando estos estos últimos se imponen a los valores, hasta el punto de sobrepasar los límites éticos, surge el comportamiento radical, que se caracteriza por la determinación de remover (y sustituir) los fundamentos morales que la mayoría comparte.

Lo importante del pensamiento radical en el actual contexto político es su justificación como defensa de la amenaza que representa el adversario. La situación es tan acuciante que no admite discrepancias, alimentando un clima de desencuentro en el que difícilmente tiene cabida cualquier forma de acercamiento. La función del muro ideológico es precisamente impedir la posibilidad de un encuentro en el que las diferencias de criterio pudieran ser superadas.

El radicalismo político no es, sin embargo, inflexible en sus convicciones, especialmente cuando los argumentos han de adecuarse a la realidad cambiante. La difícil conformación de una mayoría suficiente en el Congreso ha permitido comprobarlo en el caso de España con la Ley de Amnistía y en otras ocasiones anteriores. Las palabras que A. Giddens en 1996 reflejan en parte la España de dos décadas después: “el conservadurismo hecho radical se enfrenta al socialismo hecho conservador”, salvo por la deriva igualmente radical de este último

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