50 años es mucho

19 de noviembre 2025 - 03:06

Estoy en una edad en la que ya hace 50 años de todo, pero aún soy capaz de tener memoria. Por supuesto que me acuerdo del día en que murió Franco, el viejo dictador sobre el que nadie ha escrito una novela, y mira que el personaje daba para que se hubieran hecho sobre él libros como los que nos han regalado García Márquez, Vargas Llosa y Miguel Ángel Asturias, protagonistas tenebrosos para la sociedad a la par que ridículos en su intimidad.

Y la memoria aún nos llega para cerciorarnos tanto de que con Franco algunos vivían mejor como de que esos mismos han seguido viviendo excelentemente después y hasta ahora mismo. Y el raciocinio que todavía nos queda nos da para alarmarnos de esas encuestas que muestran a una buena y creciente parte de la juventud española convencida de la bondad de ese régimen oscuro, mezquino y represor. Y para confirmar la inmensa culpa que hemos tenido todos en esta peligrosa realidad. La culpa, no ya de callar sobre ese terrible pasado, sino de no haber sido combativos a la hora de contar las maldades ciertas del régimen franquista. Silencio en las familias, en la sociedad, tan contentos de haber logrado la convivencia en democracia, y por supuesto en las escuelas, que no han sabido rebatir las interesadas tesis de aquellos que consideraban, por ejemplo, la educación en ciudadanía como una especie de “adoctrinamiento rojo y ateo”.

Y así, muchos jóvenes se sienten con la frescura suficiente para llamarnos viejos a los que intentamos recordarle una verdad perfectamente confirmable en cuanto se lean un par de libros serios: que nada parecido a un partido que sostenga la bondad de Franco, o se niegue a relatar la verdad de sus crímenes, debería tener un voto de quienes crean en una sociedad democrática.

Por fortuna para mí y los de mi generación, sólo nos tocó sufrir la dictadura unos pocos años de adolescencia y juventud, durante algunos de los cuales ni siquiera éramos conscientes de su gravedad porque ya las fuerzas del régimen estaban muy débiles, como el propio general golpista. Pero aún nos dio tiempo a vivir los sangrientos coletazos de ese bicho que se negaba a morir.Ante este panorama, es también increíble la postura de mucha gente, pública o no, que afirman con tremenda ligereza (y cierto aire de suficiencia) que ya está bien de hablar de Franco, como si no hubiera que recordar cada día aquello a lo que no queremos ni debemos volver. Como si no fuera necesario, en esta sociedad española, tener claro qué queremos y qué no queremos ser. Como si no necesitáramos distinguir, sin dudas, entre lo bueno y lo malo.

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