Abandone toda esperanza

Tenemos un Parlamento dividido en dos mitades dispuestas a hacer cualquier cosa con tal de expulsar al otro

Después de ver la sesión de investidura de Pedro Sánchez, está claro que no hay muchos motivos para el optimismo. Al frente de un bando -el ganador- hay un presidente del Gobierno que ahora hace entusiasmado lo mismo que hace dos meses nos aseguraba que era una receta infalible para el desastre. Y al frente del otro bando, el de la oposición, se hallan unos políticos (de Casado a Arrimadas) que actúan de forma histriónica y que han demostrado muy poca inteligencia política. Y para empeorar las cosas, unos y otros tienen que apoyarse en personajes siniestros: el Pablo Iglesias que lloriquea ante las cámaras, intentando demostrar unos buenos sentimientos de los que carece por completo (se merece un Razzie al peor actor de reparto), y en el otro lado, un Santiago Abascal que parece empeñado en sacar a relucir lo peor del ser humano en cada intervención suya. Si alguien cree que en estas circunstancias -y en medio de esta nube tóxica de manipulación interesada- se podrá gobernar con un mínimo de eficacia y decoro, es que se trata de un iluso o de un desesperado. Tenemos un Parlamento dividido en dos mitades casi idénticas que parecen dispuestas a hacer cualquier cosa con tal de expulsar a la otra parte del tablero político. Todo el mundo desconfía de todo el mundo. Nadie parece tener el más mínimo sentido de la responsabilidad. Y a nadie parece importarle la ciudadanía que trabaja y paga impuestos.

En estas condiciones, con los niveles de encanallamiento y degradación ideológica que hemos visto en los dos bandos, es casi imposible que alguien consiga hacer algo positivo durante los próximos cuatro años. Tendremos griterío, postureo, amenazas y berrinches. Tendremos frentismo ideológico y deterioro interesado de las instituciones. Tendremos docenas de embrollos legales que no permitirán centrar la atención en los problemas que requieren medidas urgentes (el paro, los salarios, los alquileres). Tendremos una economía que se irá degradando y una ciudadanía cada vez más contagiada por el encanallamiento general. Y tendremos, en fin, muchos problemas (casi todos creados artificialmente) y muy pocas soluciones inteligentes.

Me gustaría equivocarme, pero esto es lo que nos espera. Como decía la Comedia de Dante a las puertas del Infierno: "Quien entre, que abandone la esperanza"

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