La ciudad y los días

Carlos Colón

ccolon@grupojoly.com

Adiós, compañero Juan Bosco

Quiero recordar al amable ogro, leal compañero, infatigable trabajador y contertulio de quien tanto se aprendía discrepando

Nada podrían hacer los críticos, historiadores del arte y filósofos dedicados a la reflexión estética sin los creadores. El artista y su obra son el gesto primero a partir del cual se puede ejercer la crítica, hacer historia o desarrollar la reflexión estética. Pero sin ellas los creadores quedarían desamparados en sus batallas por ser apreciados venciendo los prejuicios de la academia clásica y de la vanguardista (que también existe y no es menos rígida y excluyente, como bien sabía Joaquín Saénz y saben Teresa Duclós y Carmen Laffón, que mucho tienen que ver con aquel de quien hoy escribo); y las obras de arte acabarían siendo devoradas por el tiempo huérfanas de esa reflexión que es a la vez motor de las artes y garantía de su transmisión crítica. Bien lo sé: cursé una carrera de Historia del Arte en cuyo programa faltaba la asignatura de Estética, y aquello tenía más de descripción superficial y taxonomía que de comprensión de la evolución y sentido de las artes.

Viene todo al caso por el fallecimiento de Juan Bosco Díaz-Urmeneta, figura clave en la historia del arte sevillano del último medio siglo como profesor de Estética de la Universidad de Sevilla, ensayista, conferenciante, comisario de exposiciones y crítico de arte, oficio que ejerció en Diario de Sevilla desde su fundación: 22 años de un magisterio que ha contribuido no poco a definir la línea cultural de este periódico y -permítaseme decirlo- asentar su prestigio.

Más allá de todo esto, sobre lo que otros escribirán con más conocimiento, quiero recordar al amable ogro, al leal compañero, al eficaz colaborador, al severo e infatigable trabajador capaz de ponerse a hablar de Isaiah Berlin en una pausa entre muchas horas de trabajo, al contertulio de quien tanto se aprendía discrepando. Además de compañeros en las páginas de este periódico lo fuimos durante cinco años en el decanato de la Facultad de Comunicación cuando ésta crecía, cambiaba de planes de estudio y nacía el nuevo edificio de la Cartuja. Les puedo asegurar que uno se sentía seguro si él estaba en el equipo. Hoy le quiero recordar como al fiable, noble, idealista y valeroso capitán Lingard de Joseph Conrad. Lo demostró con su obra y con su vida, gran parte de la cual vivió como un compromiso de militancia política y sobre todo ética en los tiempos difíciles que vivió España desde los años 60 hasta la democracia.

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