La Rayuela
Lola Quero
Papá, ¿quién era Franco?
¡Oh, Fabio!
A los cínicos no les gusta reconocer estas cosas, pero detrás del conflicto triangular España-Sahara-Marruecos hay una larga historia de afectos y desafectos. Por supuesto, también están los fosfatos, la pesca, el terrorismo islámico, el tomate o la inmigración ilegal, pero no se puede omitir el largo árbol genealógico de sentimientos satisfechos o traicionados entre los tres pueblos que van más allá de los intereses económicos y geoestratégicos. Cuando esto escribo tengo sobre mi mesa dos libros: Relatos del Sáhara Español (Clan) y Veintidós años en el desierto (Athenaica). El primero es una antología de textos escritos por militares, botánicos, ingenieros, antropólogos o literatos, entre los que destacan nombres como Ignacio Hidalgo de Cisneros, Edgar Neville, Caro Baroja o Ramón Mayrata; el segundo son las memorias del aún desconocido Francisco Bens, una especie de Lawrence de Arabia español, militar y aventurero, que marcó el inicio de la presencia colonial en aquel enorme malpaís habitado por una escasísima población nómada. La lectura de ambos volúmenes es un buen camino para comprender cuánto y qué bien se ha querido a este desierto y a sus habitantes por parte de muchos españoles, una historia que no encaja en ese relato anticolonialista radical -hoy hegemónico- que sólo cuenta las atrocidades (que las hubo, y muchas) y el lado más siniestro de aquel proceso.
España quiso al Sahara con el paternalismo propio de la época. Tanto que terminó haciendo a este territorio al sur del río Draa provincia española. Pero fue demasiado tarde. La Guerra Fría, los intereses económicos de un sector de la oligarquía española, los crímenes del Polisario y la descomposición del régimen franquista hicieron imposible un Sahara independiente y amigo. De aquel viejo amor quedan algunos rescoldos que afloran en las historias de los militares que allí sirvieron, los actos de solidaridad como la acogida de niños saharauis en verano o el apoyo de la izquierda a la causa de Tinduf.
Pero no se pueden olvidar los estrechos lazos afectivos que unen también a España con Marruecos, que hunden sus raíces en la historia colonial del Protectorado y en la amplia comunidad hispana que vivió en Tánger. Este ha sido un amor mucho más agrio y violento, una relación tóxica, como se diría ahora, sometida a picos de crueldad y ternura. La dulce maurofilia -ya presente en los romances y la novela morisca- se puede convertir en segundos en maurofobia. Son siglos de frontera. Lo hemos visto estos días.
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