Alpargatas

ENTRO en la redacción de este diario luciendo un par de espléndidas alpargatas. Leonor, mi querida compañera, me sugiere entusiasta: "¡Qué bien, ya podrías dedicarle un Cuentagotas a las alpargatas!" Así lo hago. Informándome sobre el asunto, descubro con sorpresa que este popular calzado no tiene nada que ver con los árabes como falsamente sugiere el empiece de "al" en su definición; ni tampoco con la sandalia egipcia ni la pantufla romana. La procedencia de la alpargata, esparteña o espardenyes, está documentada desde el siglo XIV, aunque en el Museo Arqueológico de Granada se conservan unas alpargatas encontradas en la Cueva de los Murciélagos datadas hace 4.000 años. En los veranos, siempre he utilizado la alpargata como calzado. Me gusta su sencillez, su frescura, su comodidad y cierta elegancia en su uso, además de lo reivindicativo. De origen español, y del País Vasco francés, recuerdo las alpargatas en la clase obrera de mi juventud, el campesinado, las milicias republicanas y a tanta humilde gente a la que ayudó a vivir.