Eran dos. Él, Antonio, por la parte que le tocó con los premios Ondas. Ella, Ada, nombre castizo donde los haya. Los dos, casualidad, dedicaron la semana a hablar de libertad de expresión. Ellos, negacionistas del castellano, se visten mutuamente de palmeros cuando defender al independentismo (y lo que le rodea), toca. Y, créanme, el independentismo como tal (dícese de quien decidió vivir por libre), hace mucho tiempo dejó de existir.

Son dos que cubren mutuamente sus vergüenzas para criticar y burlar lo que desprestigian pero da de comer. Dudo en cambio que una burla, una caricatura con esta mala leche a otra religión, tuvieran arrestos para hacerla y si acudirían las huestes catalanistas en su defensa. "Llevo doscientos años sin poder echar un polvo como Dios manda porque mientras me quito el vestido ya se me han quitado las ganas". "Estoy más caliente que el palo de un churrero". En el guion de Antonio, el de los Ondas, son las palabras de la chufla adjudicada a la Blanca Paloma.

Meterse hoy con la Iglesia Católica en España sale gratis. Mea culpa. Los juristas, recién llegados de una dictadura, protegimos tanto la libre expresión, que por desgracia, dejamos unos límites sumamente difusos, y, más desgracia aún, en la mayor parte de las ocasiones sujetos a la interpretación de un juez que actuará influenciado por su ideología y/o ganas de hacer carrera política (Léanse algunos artículos de Conde Pumpido, flamante presidente del Constitucional). Así las cosas, la crítica al programa, el castigo en sí, termina siendo una mera condena dialéctica de dos días de duración en un teletipo (a veces ni eso…).

La recompensa no. Antonio refuerza sus vinculaciones con todo el entorno catalanista. Cuando digo todo es todo. Hacienda investigó en 2018 las productoras en que participaba a disposición del activismo independentista por diversas subvenciones recibidas desde la Administración pública. La silla sujeta, renovamos contrato… hasta subimos la audiencia. Cuantos más reaccionen, cuantos más se sientan ofendidos, mejor. Da para más capítulos. Incluso asistiremos, (lo verán), a una manifestación (pagada), de todo catalanista que se precie contra el acoso al pobre de Antonio, contra tanto fascista, contra tanto católico extremista, contra tanto anticatalanista. Entretanto, la realidad será la de siempre. El miedo, que nos hace quedarnos esquinados. El pavor a que puedan pensar que no soy demócrata, o que me sitúo demasiado a la derecha.

Nunca fui especialmente devoto de la Blanca Paloma, pero mi religión merece el mismo respeto que cualquier otra. Por eso agradezco a Juanma Moreno su pronta reacción defendiendo la dignidad de las creencias arraigadas en la sociedad andaluza. Nadie tiene el derecho a mofarse de símbolos religiosos enraizados en el acervo moral de un pueblo, sean de la religión que sean. Y menos en nombre de una libertad de expresión cuya única intención es producir heridas. Parecería que ser un sinvergüenza bien pagado con nuestros impuestos, está de moda.

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