Decía Borges, en el prólogo del Elogio de la sombra, que "Algo, que ciertamente no se nombra con la palabra azar, rige estas cosas". Y yo pienso, con otros muchos, que hoy suceden cosas que, ni son fruto de la casualidad ni de la suerte, ni tampoco del aprendizaje por el lógico y natural devenir de los acontecimientos que jalonan la historia, las historias de todos e incluso la de cada uno de nosotros. Alguien, pues, se debe haber lanzado a determinar, desde algún poder inaudito, valores, principios y hasta costumbres que, formados o conformados por el uso multisecular e incluso por la suma de razón -o razonamiento- de muchas mentes anónimas o al menos innominadas, han ido modelando y conformando ese conjunto de normas y convicciones que constituyen la que podríamos llamar moral general o moral popular, participada por todos o por la gran mayoría de seres humanos y empleada como conjunto de normas básicas, no necesariamente escritas, pero sí aceptadas por generaciones y que constituyen la base del comportamiento social e incluso de la convivencia.

Pero ahora, en el tiempo en que triunfa en más sitios la sociedad democrática, se propugna, no se sabe exactamente desde donde, una nueva filosofía de vida, nacida no de algunas valiosas escuelas de pensadores o fruto de alguna revolución social; cuyos tiempos y aconteceres pasaron hace decenios sin que se hayan producido luego novedades en tal sentido; sino que nos llegan de la mano de gobernantes intelectualmente mediocres o definitivamente casi nulos en sus pobres e improductivos intelectos y que nadie acierta a explicar cómo han podido llegar a ocupar -que no ocuparse- hasta de carteras ministeriales que los convierten en injustificables e inopinados árbitros de nuestras propias vidas y de la administración de nuestras cada día más exiguas haciendas, quienes las tengan, claro está.

Hay algunas cosas que se aprecian a simple vista y no necesitan, para que las notemos, para que nos demos cuenta de que son así, de profundos estudios ni sesudas cifras estadísticas, por ejemplo, han llegado a convencernos de que vivimos en medio de una sociedad de seres libres que disfrutamos más fácilmente de las riquezas de este mundo que las inmediatas generaciones anteriores. ¡Falso! Es exactamente lo contrario. Y el amable lector bien lo sabe.

La realidad es que ahora mismo sufrimos un (des)Gobierno que ha sido capaz de suspender casi todas las libertades que dice la Constitución que disfrutamos los ciudadanos en este país, sin tener atribuciones para ello y sin necesidad de hacer sonar una sola arma. Y no ha pasado nada, ni pasará. Y hemos permitido deconstruir el orden económico de nuestra sociedad de manera que a nuestros hijos les es imposible adquirir una vivienda digna, un piso, por ejemplo, como el que fue de los abuelos. Yo creo que es un modo sutil y cruel de atar sus voluntades. ¿De verdad hemos hecho una sociedad mejor? ¿O no?

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