Vía Augusta
Alberto Grimaldi
¿Podemos puede?
Crónica levantisca
Sin BOE y sin BOJA, arreglá pero informá, Susana Díaz está llevando hasta el paroxismo su reinvención como paria de las bases, como segundona de las casas del pueblo, como desheredada del sanchismo; ella, que estuvo a punto de ser la Merkel de España, que recibía en palacio a Botines, Borjas y Aliertas, que se enviaba mensajes con el Emérito, ella, ahora va de tiesa.
En uno de los vídeos que sus afamados colaboradores nos envían todos los días de los mítines de Susana Díaz, ella les explica a los militantes que ni tiene BOJA ni tiene BOE, que traducido significa que Pedro Sánchez es el Rey Sol al lado de ella, una Evita del Tardón que pretende ganarle a Goliat, como Borrell en su día le ganó a Almunia, Tomás Gómez a Trinidad Jiménez, Zapatero a Bono y Pedro a ella misma. No es que Susana carezca de razón ni que no tenga opciones de ganar -los designios de la militancia son impredecibles-, pero esa reinvención provoca, cuando menos, algunas sonrisas.
Sí, Susana podría ganar. Esta vez no le acompaña Máximo Díaz Cano, que fue su perdición tanto en la Junta como en el PSOE, que venía de asesorar a Bono y a Chacón en otras campañas perdidas y que se marchó a sus tierras manchegas. Claro que puede vencerle a Espadas, el alcalde de Sevilla es tan soso como un huevo duro sin sal, pero lo que difícilmente hará Susana es convencer a la militancia que no hay persona más lejana a los aparatos del partido que ella misma, que se crió entre gestoras y golpetazos como los del 1 de octubre de 2016.
Una de las incongruencias en las que Susana Díaz está incurriendo durante estos días es que su pasión, su sentir, su vida -lo repito porque ésa es la emocionalidad de la ex presidenta- es Andalucía, que ella no se ha querido marchar fuera, que no ha aceptado los puestos que Pedro Sánchez le ha ofrecido, y es verdad, pero también que fue su empeño en saltar a la política nacional lo que le llevó a perder la Junta de Andalucía. Conocía a Artur Mas, a Rubalcaba, al Rey, al Príncipe, al de León y al del Santander, a Ana Pastor, Marhuenda e Inda, pero no entendía que en Granada había una rebelión contra la fusión hospitalaria, que los centros de Salud estaban atascados y que no había ni un dirigente de ningún otro partido que estuviera dispuesto a pactar con ella.
Ni Antonio Maíllo ni Teresa Rodríguez ni Juan Marín lo repetirían, por la sencilla razón de que a todos ellos los engañó. Y lo que es peor, los despreció.
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