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No es por cobardía por lo que el candidato abertzale en las elecciones vascas, Pello Otxandiano, se ha negado a considerar a ETA una organización terrorista, refugiado en la monserga del contexto, la violencia del Estado y la necesidad de superar el pasado y originando la impostada y efímera indignación del partido que tiene a Bildu como socio preferente, y lo seguirá teniendo.
Es pura sinceridad. Otxandiano es un lacayo de Arnaldo Otegi, que lo ha puesto ahí porque puede atraer a un sector del electorado que a él –a Otegi– no lo traga por su pasado terrorista. Pero, ojo, atándolo en corto: tiene que dirigirse a un público joven previamente (mal) educado en la amnesia sobre los tiros en la nuca y los coches bomba, sin molestar al electorado digamos tradicional del abertzalismo ni cuestionar el heroísmo de los terroristas presos, su presencia en las listas y sus homenajes. En fin, todo lo que defiende Sortu, que es el grupo mayoritario y mandón dentro de EH Bildu. El de Otegi.
Otxandiano no podía de ninguna manera condenar el terrorismo de ETA porque, sencillamente, no cree que ETA haya sido nunca una organización terrorista, sino “un grupo armado” fruto de una coyuntura histórica que lo hacía inevitable y justificado, que hace años que abandonó la lucha armada y que se disolvió. Un problema del pasado que conviene olvidar. La memoria histórica está bien para recordar horribles crímenes franquistas de hace noventa años y dignificar a sus víctimas, pero a qué remover los crímenes de anteayer y dignificar a sus 850 víctimas y sus familias.
Todo esta imposibilidad de asumir el pasado de violencia totalitaria –el mayor peligro que ha acechado a la democracia española– tiene un origen: que ETA fue derrotada por la democracia (repetimos una vez más: por la acción policial y judicial, por la unidad de las fuerzas democráticas, por la rebelión social y la cooperación internacional). Solamente cuando esa derrota se hizo evidente empezaron a surgir en Batasuna y su entorno las voces que reclamaban un cambio de estrategia, el abandono de las armas y la opción por las vías políticas. Batasuna se liberó de la tutela de las metralletas. Fue bueno para la democracia, sin duda, pero que no se olvide: no lo hicieron por convicción, sino por conveniencia. ETA no dejó de matar porque matar sea inmoral y criminal, sino porque el Estado la derrotó. Otxandiano no la condena porque no cree que aquello fuera tan malo.
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