Cambio de sentido

Cacharritos

En el tren de la bruja, te dan escobazos y después un globo. Fijo que la psicología tiene un nombre para esto

Hay cosas que no quieren ser metáfora de nada, sino vida en sí, sucediendo y punto. Sin embargo, no paran de guiñarme el ojo y darse a entender. De este metal están hechas las ferias de septiembre, esas al filo entre el largo verano y los días cortos, el bochorno y el fresquito, la molicie y la más estricta rutina. Lo pienso mientras miro al niño, nube de algodón a través, que trepa a lo alto del tobogán inflable y me llama a grandes voces para que lo vea saltar y deslizarse de risa. Y vuelta a escalar, junto a la patulea de nenes desconocidos que de súbito se reconocen y entienden en el juego, sin necesidad de hablarse. Hace unas horas ha descargado una fuerte tormenta, pero ahora, en la anochecida sobre el descampado, el aire está limpio, las estrellas cerca, el albero asentado, el reguetón a tope, la sierra nítida de fondo y es imposible ser más feliz. Toca el silbato, fin de los tiempos, y el pequeño, que acaba de comprender que la vida son dos días, se desconcierta y llora.

En el Scalextric, hace un rato, se han puesto en marcha los cochecitos. A cada vuelta le decimos adiós al crío, y su hermanito de un año, que observa en mis brazos la partida del mayor, se despide llorando con desesperación, preguntándome con los ojos por qué lo dejo marchar. Hay personas que adoramos que, aunque se vayan, nunca nos abandonarán, pero a ver cómo se lo explico. Salvo en un descapotable, conducido locamente por unas thelma y louise minúsculas y andinas, en todos los demás autos conducen niñas y niños solitarios, rumbo a su trabajo o a la playa. Un chiquitín muy bien peinado que, no sé si con perspectiva de género, han montado en el coche rosa en cuya carrocería se lee Barbie, ni siquiera hace que conduce su vida por la autopista. Se deja llevar y saluda con hastío regio. Bromeo con los padres presentes, les digo que al próximo viaje podrían los nenes compartir vehículo, y así ahorrar combustible. Me miran como advirtiéndome: “Un ciudadano, un auto”.

Última estación, un tren donde la bruja ha sido suplantada por feriantes ataviados de colores chillones que fuman apresuradamente en el entreacto. Te pulen a escobazos y a continuación te regalan un globo. Fijo que la psicología tiene un nombre para esto. Fin de trayecto. Ofrendamos al bebé el globo más grande y rojo de los obtenidos a palos. Lo acoge contra sí con un sentido mordisco. La explosión lo deja mudo y abrazando la nada. La vida es una tómbola, y los cacharritos, en cuanto te fijas, una academia de filosofía.

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