El sábado me asomé al escaparate de Proteo. Vi signos de recuperación. Ganas de levantarse. Pero al mirar el suelo se me cayó el alma a donde mis ojos encontraban desparramados tanto resto de libro calcinado. Como la escena de una matanza, cientos de cadáveres de papel atizaban con ese soniquete repetitivo de todas las vidas que se habían destrozado. Llamadme loco, pero incluyo a los libros en la taxonomía de seres vivos.

Unos meses atrás, cuando me convencí de escribir una novela, acudí a Proteo en busca de documentación, pues quiero ambientarla en Málaga. Dentro de las varias librerías de mi ruta, estaba marcada la número 1, no se me ocurría ningún sitio mejor donde dar con material autóctono. El responsable que me atendió se acercó a preguntarme. No fue uno de esos robóticos "si necesita alguna talla, pídamela" de voz chiclosa y desganada. Su autenticidad me llevó a contarle mi idea. La atención fue pluscuamperfecta. Incluso acabó con una maravillosa oferta: "Cuando la acabes, tráetela y la miramos, igual la podemos publicar". Y aunque sea conjugado en primera persona del futuro condicional del verbo más egoísta, no dejo de pensar que el incendio hubiera ocurrido con mi libro en sus estanterías.

Los libros son la mejor munición para quienes tienen que luchar ante los poderosos que los quieren someter. Por eso la historia está llena de quema de libros como ataque al corazón de los que han combatido desigualdades y promovido la evolución o la igualdad. Los nazis en la Bebelplatz, los crímenes a la biblioteca de Alejandría, Constantinopla, la hoguera de las vanidades, Bagdad o, sin ir más lejos, las tropelías de los Reyes Católicos o la Falange en la Guerra Civil. Todo aquel que quema un libro tiene miedo o algo que ocultar.

Por eso, aunque el incendio fuera fortuito, cuando ardió la librería malagueña no pude evitar sentir un escalofrío. En estos tiempos en que la dictadura de internet aliena el papel, sonó a un mensaje de derrota. Como si el destino nos invitara a desistir. Suerte que la respuesta tanto en Málaga como en otras fronteras fue la de resembrar más semillas de papel.

Así que no se trata únicamente de ayudar a Proteo comprando sus libros por internet, que también, sino de que la gente no deje de leer y de que aquellos con el don natural de escribirlos sigan haciéndolo. No solo está en juego un negocio, también la libertad. No hay lucha más pacífica y alentadora que leer un libro para seguir siendo un proteo ante las mentes más cerradas.

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