A la vez que Europa y el mundo tiemblan ante los bombardeos rusos, paralelamente al miedo a una Tercera Guerra Mundial, estalla en las calles el rugido alegre del Carnaval. En algunos cielos llueven bombas, en otros lo hace el confeti. Buena paradoja de esta fiesta, que es el búnker de muchos ciudadanos dispuestos a celebrar la vida, a cantar y reírse de sus miserias para no darles a estas el mismo poder que a los cañones. Durante unos días, el pueblo canta y celebra su libertad. Lo hace reconquistando un suelo arrebatado el año anterior por el coronavirus. Y ha vuelto con fuerza.

Hoy son los días de fiesta de verdad. El concurso, la competición de canto, se cierra y queda como lo que fue, solo un certamen de coplas, no como una competición de rivales. El auténtico carnaval se entrega a la fiesta de la libertad y así libera la fiesta; es un bucle de amor retroalimentado. Pero este era especial. Málaga tenía que decidir cómo regurgitar ese carnaval que la pandemia le había robado en 2021. La merma estuvo ahí; muchos grupos no pudieron participar por las inclemencias del Covid. Y en pleno temor a un concurso de menor calidad, no solo emergió con fuerza y nivel, también comprometido.

Hacía falta, más que nunca, que los autores y componentes no tiraran la toalla. De hecho, horas después de una final en la que cuatro de las cinco comparsas finalistas cantaran al desalojo de El Perchel y a otro zarpazo a la identidad de Málaga, el alcalde De la Torre anunció "sensibilidad" para estudiar los casos de los vecinos afectados. Otra cosa en que derive eso, pero se ve que los oídos le pitaron lo suficiente como para al menos tener que volver a posicionarse públicamente. Esa es una pequeña gran victoria del Carnaval y del pueblo: que el poderoso se sienta intimidado de verdad. Ponerle la cara colorada a los rectores.

Porque el COAC es algo más que un concurso de coplas. Es la oportunidad de subirse a una tribuna en la que decir verdades que de otro modo serían imposibles. Váyase usted a gritar a la puerta del Ayuntamiento a maldecir la agresiva política turística en el centro de Málaga y a ver dónde acaba; hágalo sobre unas tablas y con cobertura mediática y no solo será intocable, sino que además se lo aplaudirán y agradecerán.

Ahora que Putin nos recuerda lo loco que puede volverse el mundo y la indefensión del ser humano, lo menos que puede hacer quien tiene la posibilidad de alzar la voz ante personas abriendo sus sentidos a ella es usarla sin miedo, de manera valiente. Porque es mejor levantar una pluma que un arma. Y porque hay palabras que pueden acabar con guerras. O auspiciar revoluciones ante tiranos para recordar que no hay nada más valiente que un ejército de cobardes.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios