Puede que dentro de poco se hable de los gamers no por la silla de juego en la que viven anclados, sino asociados a un sillón de la RAE. Apuesto a que la palabra bugueado estará normalizada en el diccionario. El bug (literalmente bicho) nació como expresión informática para señalar errores y lleva bastante tiempo circulando, pero ha sido el impulso de los videojuegos el que la ha puesto en órbita. Pásate diez minutos viendo a tu su hijo/sobrino/nieto ante la Play y la oirás al menos una vez. Y échate a temblar, pues el siguiente paso será oírles maldecir el wifi. Y si el wifi funciona mal en su habitación, date por muerto; preferirás ir a una armería con Froilán o llevarte de casa rural a la hija del exorcista. No me quiero imaginar al hijo de Chuck Norris sin una buena conexión de internet.

No soy tan optimista con chetado, que es al antónimo de bugueado y se utiliza para designar aquello que manifiesta un rendimiento superlativo. La gracia del asunto es que no se supedita a la consola, ya son moneda común en el vocabulario diario de adolescentes y preadolescentes. Zipi y Zape, Bonnie and Clyde, Dieguitos y Mafaldas, Zidane y Pavones; esta generación de chetados y bugueados ha actualizado ya el acervo terminológico.

Uno de mis temas recurrentes incide en la mala gestión que la actual juventud hace de la modernidad. Hoy, empero, quiero tirar de empatía y ponerme en su lugar. Los chicos aseguran tener problemas que nosotros sabemos que son menudencias comparados con lo que la vida les traerá más adelante. Aunque no siempre reparamos en que las herramientas de que disponen ellos para afrontarlos son, salvo benditas excepciones, menores y peores que las nuestras. El síndrome del sabio: descifrar la vida cuando ya no nos queda tiempo o físico para disfrutarla en plenitud. Y quizá también seamos los principales responsables de su actitud. Por confundir aquello de "no quiero que a mi hijo le falte nada" con ponérselo todo en bandeja. Por llenar el suelo del salón de regalos que no necesitan el Día de Reyes. Por competir con tu ex marido/esposa y ver al hijo como trofeo o pelota cuando realmente es un miembro más del equipo. Por confundir autoridad con un volumen más alto. Por no saber ver que en la frase "yo quiero lo mejor para ti" el niño funciona como predicado, no como sujeto. Por convertir lo del palo y zanahoria en collejita y hamburguesa doble con refresco ilimitado.

Es difícil comunicarse con los jóvenes, sí, pero el paso previo para salir airoso es entender su lenguaje. De ello dependerá chetar nuestra relación con ellos o seguir bugueados.

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