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Hace tiempo que el Telediario incorpora en sus contenidos el género más antiperiodístico, el del publirreportaje y la autopromoción sin rotular. (Y este es uno de los pecados más veniales y aparentemente inocuos de las televisiones públicas). Uno de los informativos anuncia el estreno de Brigada tech, un espacio televisivo buenagente, con vocación pública, incardinado en el Pacto por la Generación Digital. En él, tres ciberabuelas, "que anhelan aprender" (sic), harán frente a conceptos y retos como el metaverso, escanear un código QR, comprar por internet o flipar con unas gafas de realidad virtual. Estas aventuras quijotescas las correrán acompañadas de famosos (supongo que en su metacasa a la hora de comer) influencers. "Todos podemos formar parte del mundo digital -sugiere la presentadora para, a continuación, enunciar un mandato-: Debemos, es necesario".
No discutiré la buena intención de un programa que entra dentro del cupo de los que pretenden instruir; más bien recelo de su base: no sé por qué nuestras abuelas y padres deben integrarse en el mundo digital, o bien sentirse imbéciles si no lo hacen, y les toca andar pidiéndonos el favor de que les saquemos el billete de tren o les miremos en el Facebook las esquelas. Observo los esfuerzos de mi propia madre, en todo perseverante, por manejarse en internet para ser autónoma y activa, pero veo también cómo se siente en un entorno que estresaría al mismito santo Job. Quizá ya ni seamos conscientes de lo que tensa la interacción perpetua y cansina, la extimidad en las redes o las lógicas diabólicas de la compra de un vuelo por internet…
Ante la brecha digital, vindico la libertad de mis mayores a pasar de la realidad virtual, y su derecho a acceder de forma analógica a lo que necesitan y a valerse por sí mismos, sin que los listos de este mundo vuelvan a llamar inútiles a quienes se lo han dado todo. Me parecen muy bien las ciberabuelas juvenales, pero valoro la resistencia -ay, Umberto Eco- de apocalípticos como mi viejo, que ha decidido que al mundo digital vaya quien quiera, pero que con él no cuenten, ni se piensa sentir mal por ello. Creo que mi abuela, que vivió de chica una guerra y ha cuidado a hijos y nietas, se ha ganado el derecho a que nadie más le vuelva a decir "es que tú no sabes". Quizá no sepa esas cosas que controlan las influencers. Sabe otras, de las que probablemente se vayan a enterar las instagramers en toda su cibernética vida.
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