Paisaje urbano
Eduardo Osborne
Un cura en la corte de Sánchez
Bloguero de arrabal
En el trato con mis lectores, de tenerlos, prefiero la humildad de Montaigne a la arrogancia de Machado. Don Antonio, recuerden, escribe: "Y al cabo, nada os debo; / me debéis cuanto he escrito. / A mi trabajo acudo, con mi dinero pago /el traje que me cubre y la mansión que habito, / el pan que me alimenta y el lecho en donde yago". Porque los poetas no viven en casas, sino en mansiones ni se acuestan en camas: yacen en lechos. Y faltan a clase cuando les place, como, según las lenguas 'vampiresas' (sic en mi Tita María por 'viperinas'), hacía el poeta. Pero dejemos la 'hibris' machadiana y acojámonos a la humildad de Montaigne que confiesa en el pórtico de sus […] Ensayos que los escribe solo para su familia. (¡Coño!, necesito rellenar los puntos suspensivos con un calificativo potente para Ensayos, pero los comentaristas de Eurosport los han agotado con Alcaraz y Nadal y solo han dejado libre el magreado 'ilusionante'). Pero el ensayista no solo se muestra modesto en el prólogo, porque no hay opinión en los Ensayos que no venga respaldada por alguna cita. Como hombre del Renacimiento, abandona las citas bíblicas y se acoge a la protección de los clásicos, Sócrates, Epicuro, Platón Aristóteles, sepultando en el cajón de un cierto escepticismo a Moisés, Abrahán, Jacob y hasta al mismo Jesucristo. Filósofos aquellos muy cuestionados en algún libro de texto que, al amparo de la Ley Cela, tacha de patriarcal a la filosofía clásica, redundancia quejumbrosa digna de agradecer, por si habíamos olvidado que los sistemas patriarcales se caracterizan por abortar el pensamiento femenino. El feminismo oficial, de despacho y sueldos, sabiendo que la dirección de la política está en manos de la OTAN y de Bruselas, sigue dedicándose a cominerías de taller de bordados para ocultar su impotencia real para cambiar, ahora, las cosas. En fin, lo de las citas ha sido una excusa para resaltar la sabiduría de un refrán que un anciano de mi pueblo transmitió a su nieta al amor de la lumbre y que, de haberlo conocido yo antes, me hubiera eximido de escribir el artículo de la semana pasada, en el que intenté explicar, con torpeza, que en las monarquías no sólo se hereda lo bueno sino también lo malo. El refrán decía así: "El que quiere la col quiere las hojitas de alrededor", y no solo el cogollo.
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