Pilar Vera

pvera@diariodecadiz.com

Ciudad sitiada

Nos procuramos la normalidad ante el caos porque necesitamos que el caos no nos consuma

Es que es ya lo del colapso?” Qué ternura, ¿verdad? Suena casi infantil pero es lo primero que saltó a las mentes de muchos que vivimos, a uno y otro lado, el fuego/los fuegos en la Bahía gaditana durante estos días. En Puerto Real, con casas desalojadas y el humo en directo. En Cádiz, con el pasmo que te produce comprobar hasta dónde llega tu dependencia de algo que no ves. Porque, por supuesto, no había red ni datos; los cajeros, fuera de servicio; la puerta de algún garaje se quedó a medio gas. ¿Aprovecho a ducharme ahora, no sea que luego no tire? De lo que tiraban los bares era de hielo, mientras duraba. Todo lo demás podría haber colgado esos cartelitos tan comunes en las pelis apocalípticas, el fuera de servicio en blanco sobre rojo.

“Un incendio sitia a la capital gaditana durante horas”, reíamos, en la terraza de un bar a oscuras. Menudo estado de sitio, con una cerveza en la mano. Pero es cierto que hubo un momento en el que casi todos los accesos a la ciudad estuvieron cortados, y en el que los teléfonos iban a cuerda.

“No será ya lo del colapso”, pero no lo era, por supuesto, qué tontería, hay que estar loco. Si es sólo un incendio, siempre hay incendios en verano sólo que, esta vez, ha tocado aquí. Peor fue el de Sierra Bermeja, en Málaga, el año pasado; y hace no tanto Doñana entró también en capilla flamígera.

Pero la jornada fue un fresco inestimable para comprobar cómo llega uno al fin del mundo. Incrédulo, descolocado. Corderos degollados deambulando por una ciudad hecha carcasa. Pero mejor estar fuera que entre paredes, mejor hablar con la gente, buscar algún rincón fresco, dar un paseo, distraer a los niños, tomar algo como si nada, como si fuera normal. Otra vez. Otra vez como si fuera normal.

¿Cómo viviría la gente la amenaza de una guerra cercana, la carencia, una epidemia, un asedio? Esas cuestiones que nos hacíamos no hace tanto, que parecían tan lejanas, y a las que de repente nos vemos jugando, fuera y dentro de la versión de prueba. Esas fotos de un grupo de amigos brindando en un cafetín, con sus mejores galas, entre sacos de arpillera; de alguien leyendo entre la montaña de libros de una librería reventada. No son ejemplos veraces de una flema inglesa universal ante el desastre, de ese Keep Calm & Carry On que nunca llegó a imprimirse. No: nos procuramos la normalidad ante el caos porque necesitamos que el caos no nos consuma.

El mundo, por supuesto, siguió girando. Nada de gran apagón, nada de colapso. Pero seguimos a la espera de la próxima demo.

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