Paisaje urbano
Eduardo Osborne
Un cura en la corte de Sánchez
Dicen que para criticar algo debes haberlo probado, estudiado o conocido. Y yo, que vengo dispuesto a soltar en estas líneas mi tormenta de indignación con el éxito del último disco de Bad Bunny, daré ejemplo. Tras varios días de náuseas buceando en el universo 'li-te-ra-rio' del 'can-tan-te' puertorriqueño, aquí estoy para demonizar los mensajes del brutalmente exitoso Un verano sin ti que ha puesto el 2022 musical patas arriba (aunque mi crítica es aplicable a todos los cantantes de su estilo). Porque sí, sus sones te mueven las caderas aunque tú no se lo ordenes. Enarbola unos ritmos que son himnos de una generación que a algunos nos viene grande. Su éxito es planetario. Pero nada de eso justifica la propagación de unas letras machistas, denigrantes, desiguales, misóginas y cosificadoras, y eso que, según dicen, en los últimos tiempos las ha redomado un tanto. Y sí, queridos defensores ciegos de Bad Bunny, hay un montón de géneros cuyas letras también dejan que desear, pero sucede que el reguetón se ha convertido en el principal vehículo musical de los jóvenes, y en él circulan mensajes que laceran el futuro emocional, educacional y sexual de millones de ellos. Y todo no vale con tal de que venga envuelto en acordes contagiosos.
Me voy a intentar meter en su papel para hacer llegar mi preocupación, que es un grito sordo entre legiones de followers enardecidos, y voy a intentar convertir mi artículo en una de sus letras, a ver si así consigo tanta difusión como él. Como no dispongo de autotune, voy a aplicarme un hielo durante 15 minutos en el labio inferior, para que se me duerma y de ese modo lograr esa voz tan típica de los reguetoneros, que en vez de en el estudio parecen haber grabado el disco en el quirófano del dentista, aún recobrándose de la anestesia. Voy a abrir un diccionario y a ponerme las botas de fútbol, para patearlo con contundencia. Voy a convertir cada r en l. Y voy a concentrarme en que me importa un carajo que mi público mayoritario sean adolescentes volubles. Ahí va:
"Bad Bunny, lo siento, tus letras no me ponen na' bellaco / oírlas es como olerle a Camacho el sobaco / ¿y esa folma de hablal? Si entiendo antes a un polaco / Esos mensajes tuyos son como la matanza de Puerto Hurraco / Muchos disen que tu música es como un pase de tacón de Guti / Lo siento, pana, pa' mí eres tan veneno como Putin / Y no te pido que digas chachi o dabuti / pero tus letras son pa' dalte una patá en tol booty / Yo sé que en esta war seguramente vo'a peldel / Que tu 'hype' entre los nene y las nena va de sero a sien / Y por eso te crees que la partes bien / pero el perreo que tú esclibe es el berreo de un bebé / me da igual si to'a las babies te lo escriben por tu cel / Y déjate ya de picheos por el vesindario / a vel si un día jalas algún diccionario / Que a las jevas que hoy a ti están entregadas / mañana los pololos que adoctrinas las tendrán maltratadas / Pa' ti esto es solo una party constante / sexo, drogas, ferraris, diamantes / pero tu vaina no hay cerebro sano que lo aguante / Y aunque tengas lleno de fueguito el DM / las letras que tú cantas no valen ni pa meme".
Ahora me hace falta un nombre comercial antes de lanzar el hit. Jose Malo no vende mucho, aunque el apellido tiene su cosa. Quizá un nombre de animal delante, tipo Conejito Malo. Le diré a los compañeros del periódico que mañana no suban mi artículo a la sección de opinión, sino al canal de Youtube. A ver si la parto, llego a los dos millones de reproducciones y dejo de predicar en el desierto que estas letras tan internacionalmente cantadas, especialmente por los cerebros que andan en proceso de formación, son terrorismo emocional. Aunque sean terremotos de éxito en Spotify.
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