Confesiones

21 de enero 2011 - 01:00

FUE durante estas últimas fiestas de Navidad. Recibí un mail muy lacónico y personal: "Te espero en la Plaza del Duomo de Milán, por los gastos de avión y alojamiento no te preocupes, te mando un cheque abierto, dispón de lo que necesites, todo corre de mi cuenta, es urgente". Mi amigo de toda la vida, pues 40 años se puede considerar toda una vida. Toda esta noticia no me dejó perplejo, conociéndolo como lo conocía o creía conocer era muy típica en él. Hombre brillante, inquieto, había recorrido medio mundo, cualquier cosa en él era como abrir una caja de sorpresas. Tomé el primer avión con destino a Milán y me alojé en el primer hotel que me pareció acogedor. Inmediatamente me puse en contacto con él y quedamos para tomar café. La charla y sobre todo su verborrea apabullante hizo que el tiempo pasase como un soplo, continuando con un ligero almuerzo y ahí es donde empieza el quid de la cuestión. Te tengo que revelar un secreto que he llevado como una losa de granito a mis espaldas todos estos últimos años. Tú bien sabes la fama de bon-vivant que me ha precedido, pero todo ha sido como una gran máscara, como estoy aquejado de una grave dolencia te lo quiero decir a ti que te considero un hombre ecuánime y con gran empatía y, sobre todo, bondadoso, carente de envidia. He descubierto que después de tantos años he huido de mí mismo, pues odiaba la mediocridad y como telón de fondo he descubierto que la mediocridad en estado más puro y virgen reside en mí mismo, por tanto todo lo que he hecho ha sido huyendo de ella, resulta que no la podía hallar porque la llevaba intrínseca en mi maldito yo.

Le contesté que no estaba de acuerdo con él en ningún aspecto. El motivo más importante que te ha podido ocurrir es que debido a tu extrema curiosidad y por lo que me has ido relatando durante la larga y ligera comida, es que tuviste la gran suerte, que por otro lado significa a veces desgracia, que te codeaste con la gran élite cultural de Europa y América del siglo XX. Tú mismo me relatabas que asistías a los grandes cócteles que se daban en N. Y. y entre los cuales estaba el arquitecto Philliphs Jhonson como gran icono cultural de esta gran ciudad, que te codeaste con Jean Cotean, con Coco Chanel, con Salvador Dalí y Oriana Fallaci. Lógico que al compararte con estos seres excepcionales te consideres disminuido y mediocre. Yo creo que solamente por haber asistido a conocer los iconos culturales del siglo XX ya de perse te convierte en una persona excepcional. Escribe tus experiencias como nadie mejor que tú sabes hacerlo. Pero creo que ya no me queda tiempo para ello, si te he hecho llamar es para contártelo a ti y que tú lo traslades al papel. Con la excusa de ir al servicio, desapareció dejándome en prenda un pen drive.

stats