Es muy difícil sustraerse a la Historia. Si el tiempo permite ser testigo a un tipo distraído en el mundo de determinados acontecimientos, es complicado no implicarse en tocarlos. La muerte de la reina Isabel II, soberana durante setenta años del Reino Unido, es, sin duda, uno de ellos. Las referencias británicas que yo tengo son muy escasas, solo dos, pero ambas muy impactantes. Las dos son geográficas, pero, al menos para mí, trascienden su propia condición de ser lugares, porque son sitios, para alcanzar una más idealizada, un significado complejo, ya que mis referencias son eso, mías, y, por tanto, totalmente subjetivas.

La primera no es muy original: se trata de Londres. Una ciudad vibrante, espectacular y dinámica. La capital de Inglaterra, del Reino Unido, de la Commonwealth y del antiguo Imperio Británico es la ciudad que alberga The Houses of Parliament, uno de los edificios mágicos cuya vitalidad protegida entre sus muros muestra la pujanza de su parlamentarismo y la vertiginosa respuesta a los cambios, que aúna, en una combinación envidiable, estabilidad y dación de cuentas, las dos permanentes, y lo convierten en referencia indiscutible de democracia parlamentaria liberal.

La fragua de ese Londres idealizado se ha nutrido de los soplos con que lo golpeó la Historia, especialmente en el fragor de la batalla de la Segunda Guerra Mundial. En ese momento, un gigante mayúsculo, Winston Churchill, dirigió y resistió el envite durísimo de la peor faceta de las representaciones del mal absoluto. Una mujer joven, llamada a ocupar un importante papel constitucional, conducía ambulancias y lo que hiciera falta por el Londres castigado, pero orgulloso y responsable, del Blitz. Pocos años después de la victoria, Isabel subió al trono y destrozó las sospechas sobre su capacidad con el segundo Churchill, líder de la guerra, derrotado en las urnas y resurgido después en su única elección popular como primer ministro. Desde entonces, Isabel encadenó quince primeros ministros.

El gobierno en el Reino Unido es la suma de las efficient parts, Parlamento y Gabinete, y las dignified parts, la Corona, y la clave para que el mecanismo funcione es la confianza, enseñó Bagehot. Estabilidad y dación de cuentas, ambas presentes y ambas permanentes. Desde luego, la suma ha sumado y la cuenta se ha hecho mientras reinaba Isabel, en trazo grueso que soporta bien, y compensa, el detalle del trazo fino, a veces no tan fino, a pesar incluso de una cierta frialdad, de una cierta lejanía, de una cierta pompa, de un cierto anacronismo y hasta de una cierta Diana Spencer.

En mi otra referencia británica, Gibraltar, tremendamente querida, han honrado a Elizabeth Regina como el vínculo más personal que les hace ser lo que son, británicos. Ellos eran su Roca y ella la fue para ellos. Su memoria perdurará. Atesoró confianza y la multiplicó. Fortaleció la democracia sin ganar una elección porque se las ganó todas.

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