La ciudad y los días
Carlos Colón
Vuelve la nunca ausente
LAS mentiras sobre la historia tienen mucho éxito entre la gente iletrada, de ahí la inflación de novelas históricas, los libros de conspiraciones, las revistas de misterios sin resolver y la manipulación impune del pasado por parte de la política. La propaganda anticristiana en Occidente no tiene nada de extraordinario porque la crítica es una conquista occidental, así como el análisis, la discusión, la libertad y la tolerancia. No busquemos un espíritu parecido en el mundo que no es de cultura occidental sino sólo en pequeña parte: en la adopción de técnicas de invención también occidental. Mientras no nos hagamos a la idea, y va para largo, de que en cada momento de la humanidad sólo hay una civilización y muchas culturas menos evolucionadas, la insistencia en este asunto caerá punto menos que el vacío. Pero es así y no podemos hacer otra cosa más que cumplir con la obligación de decirlo.
Un error se repite con terquedad: siempre que aparece un libro, una película o una obra teatral contra el cristianismo o se inaugura una exposición irreverente, se malgasta demasiada tinta en protestar, añadiendo éxito al éxito, pretensión de quienes promueven estas manifestaciones, en lugar de dejar a los historiadores y a las instituciones la defensa de la verdad histórica y de la libertad de los ciudadanos agraviados. En los historiadores confiamos con reservas; en las instituciones, según quien las gobierne. En el país del ensalmo de la Alianza de Civilizaciones, como si hubiera más de una y, de haberlas, pudieran aliarse, la libertad religiosa va contra el cristianismo: no al matiz religioso de la Navidad en las tropas españolas, pero sí del Ramadán entre los soldados musulmanes; indefensión de los alumnos asistentes a misa en la capilla de la Universidad de Barcelona, pero oratorios islámicos en los centros de enseñanza que lo soliciten. Hay una falta de correspondencia que no es europea ni de espíritu occidental.
La libertad religiosa es una conquista de Occidente que no va más allá del siglo XIX, cuando ya no hizo falta la unidad de fe para la estabilidad de la nación moderna, ni la disidencia religiosa implicaba otro modelo de sociedad y, por tanto, era disidencia política. La tolerancia religiosa en los países de mayoría musulmana es un mito. La hubo cuando otra religión fue mayoritaria bajo poder musulmán, casos de la Hispania invadida o de la Grecia conquistada por los turcos, y cuando la mayoría musulmana ha estado administrada por potencias occidentales. Cuando no es así, como ahora, el Islam sigue en su edad media intentando fundar naciones en unos Estados con fronteras trazadas con escuadra y cartabón por occidentales. Lo comprendemos. No así el silencio criminal de Europa, en especial de España, cuando se persigue a los cristianos hasta la muerte y se asesina a sus obispos. Occidente no es sólo el inventor de las bombas atómicas.
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