Al final del túnel
José Luis Raya
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Postrimerías
A propósito de la guerra de Ucrania, quienes se resisten a condenar la bárbara agresión de Rusia o lo hacen con la boca pequeña, pues para ellos no existe mal en el mundo que no sea imputable al Gran Satán, como lo llaman los persas, hablan mucho de los conflictos olvidados en otras zonas del planeta, pero rara vez los que denuncian la insolidaridad, el eurocentrismo y la hipocresía de las democracias occidentales han dedicado una palabra a la brutal campaña de exterminio de los cristianos en Nigeria, recordada por Enrique García-Máiquez en estas páginas y de la que sólo se hace eco, en ocasiones, la prensa conservadora. Protagonizada por los feroces sicarios de la franquicia yihadista en la nación africana, la persecución de los cristianos -entre un tercio y la mitad de la población, católicos o protestantes- no sólo se traduce en espantosas matanzas, como la reciente del día de Pentecostés en la iglesia de San Francisco de Owo, sino en una discriminación cotidiana y sistemática que a menudo los obliga a abandonar sus casas para vivir como refugiados en su propio país. Leyendo acerca de estos crímenes y de los cometidos por las facciones del llamado Estado Islámico en la fronteriza región del Sahel, donde el terrorismo se ha hecho fuerte, recordábamos el reportaje, Cristianos, que dedicó Jean Rolin a los creyentes de Palestina, donde el escritor y periodista francés recogió sus experiencias entre los miembros de la más antigua de las iglesias de Oriente. Aunque la huella del cristianismo casi se perdió en los lugares de origen, dos mil años después quedan cientos de miles de fieles en el solar de Jerusalén y otras áreas de Oriente Próximo, marginados en una sociedad donde son víctimas de toda suerte de arbitrariedades. Árabes de lengua y cultura, no provienen de los cruzados u otros conquistadores, pues sus ascendientes ya estaban allí cuando nació el Islam. Los cristianos de Palestina se sienten solidarios con la causa nacional del país ocupado, pero son observados con recelo tanto por los israelíes, que no los diferencian de los árabes musulmanes, como por estos últimos, para los que su fe constituye un obstáculo insalvable. No hace falta ser estricto correligionario para sentirse conmovido por el drama de esta comunidad que sufre un desgarro permanente. En Europa, gracias a Dios, el poder temporal de la Iglesia ha quedado confinado a una parcela mínima, pero nuestros retroprogresistas, tan complacientes con los integristas de otros credos, siguen instalados en el anticlericalismo y la cristofobia. Insolidaridad, eurocentrismo e hipocresía es lo que caracteriza a quienes saben y callan o miran hacia otro lado.
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