Por amor al arte se respira entreteniendo a los demás. Compartiendo gozaderas y remiendos del alma. Dando qué pensar. En estos días caseros las series, las películas, los libros, los periódicos, las revistas y los videojuegos… y sobre todo la música nos ayudan a capear y tararear el absurdo. El arte nos ha ayudado a sobrellevar la vida y tejer una paciencia agujereada de macramé. En esta paranormalidad, las cosas del querer y el querer saber las damos por amortizadas, sino gratis.

Museos, conciertos y exposiciones, ferias del libro, recitales y festivales aletean volteados como relojes de arena. La actividad cultural está semienterrada. Los cines abren sus butacas a mitad de aforo y la sensación de la temporada, el estreno de Tenet, dirigida por el crononauta Cristophoro Nolan, nos enreda con su moviola. No hay que viajar mucho en el tiempo para encontrarse en el mismo panorama. Ahora hay agonías terminales. Los sensibles por eso, de la costumbre de ganarse la vida , por elemental subsistir lo tienen amargo, como esas carpas de circo, estacadas en un presente descampado y antitaurino. Buscando alternativa arlequín que dé de vivir. Sólo un selecto grupo de afortunados pueden mantenerse en estos momentos, más de sus ahorros acumulados, que por ingresos presentes. Sucede con la pintura, la literatura, el teatro, la fotografía y ya no le recito más misereres. Con la DANA atormentada de lluvia pronosticada para el fin de semana quedaremos mustios y sensibleros, tristes arrebataditos bajo la cobija en el sofá. Acuérdese entonces de la canción que silba, la muletilla de copla o la escena de la comedia que carcajea. Producto de una industria creadora, capaz de generar belleza, denuncia o sorpresa inversamente proporcional a la capacidad para pagarse las cuentas, en la mayoría de los casos. No conozco otro ámbito profesional donde se pida y se obsequie tanta generosidad, donde se afee tanto las ayudas y subvenciones ya sean locales, autonómicas o estatales y se tinten de fines propagandísticos. El sambenito de paniaguados persigue de la gente titiritera del cine a la zeta de letras y luego para desconectar nos enchufamos delante de una serie pirateada, un libro descargado de extranjis. Atestamos las terrazas a rostro gentil, pero a la hora de acercarnos a los espacios escénicos y culturales nos da diarrea. La cultura de masas ha pasado a cultura de mesas de terraza en Cenacheriland.

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