S E han cumplido cuarenta años de nuestra entrada en OTAN. Una decisión tomado por el gobierno de la UCD, en la breve presidencia de Calvo Sotelo. Contó con la oposición de la izquierda, cuya fuerza mayoritaria era el PSOE. El rechazo a la alianza era una seña de identidad progresista en el contexto del mundo bipolar de la guerra fría y el telón de acero. Aunque parezca paradójico, el posterior cambio de posición de los socialistas fue un ejercicio de coherencia: si habíamos solicitado entrar en la organización política, económico y jurídica de Europa, no tenía sentido mantener la negativa a integrarnos un sistema de defensa compartida con nuestros socios. Coherencia como gobierno de España, pero no como partido.

Una contradicción que se quiso resolver con la convocatoria de un referéndum que, como suele ocurrir en estas consultas, dividió a la sociedad y fragmentó en buena medida el bloque social progresista que dio el histórico triunfo al PSOE en el 1982. Padecí como dirigente socialista aquella dura confrontación dentro de la familia ideológica, especialmente con la UGT. Pero, según pasaban los años y los profundos cambios geopolíticos fueron sucediéndose, aquel psicodrama del referéndum para la permanencia en la OTAN iba formando parte de un mundo que desaparecía, con el fin de la guerra fría y la caída del muro. Por eso me sorprende este renacimiento del antiatlantismo en cierta izquierda.

El problema es que ahora recuerdan demasiado a los apaciguadores de los años treinta. Aquellos que entregaron los Sudetes checoeslovacos a Hitler, confiados en que el diálogo con el monstruo evitaría la guerra. Aunque Chamberlain haya quedado señalado por la historia por su desastrosa política de apaciaguamiento, fueron muchos los que lo respaldaron tanto en Europa como EEUU. Algunos, como el premier inglés, marcados por el recuerdo del infierno de la I Gran Guerra, pero otros muchos solo fueron filonazis disfrazados de pacifistas. Es increíble que la inmensa tragedia posterior no nos haya servido de lección moral. Y que ese neopacifismo izquierdista no vea las inquietantes analogías con aquellos años treinta del pasado siglo: cómo resuenan los ecos violentos de los imitadores de la repugnante retórica del nacionalsocialismo. Que resuenan en los discursos de Putin, de sus seguidores iliberales o, lo que es peor, de esos babosos epígonos que envenenan nuestras democracias. Demasiado evidente para no verlo.

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