Ignacio Del Valle

Dicha feliciana

09 de noviembre 2023 - 01:00

En la pantalla ponía Javier Sábada, por arte de corrección digital los píxeles se reagruparon para nominar bien al filósofo: Javier Sádaba. Me alteró la duda dixlésica y el convencimiento de que llevaba más de cuarenta años citando mal al profesor que guió el departamento de Ética en la Universidad Autónoma de Madrid y más estancias: Tubinga ( Alemania), Columbia ( Nueva York), Oxford y Cambridge ( Reino Unido). El chiquero cultural de La Malagueta estaba repleto de señoras y señoros acolchados de otoño. Y eso que la puerta de acceso al coso cultural parece de garito peliculero, de esos donde el portero te pide la contraseña para darte paso a lo ilegal. Así que, embobado con los contrastes naranjas del atardecer, el mar emplatado llano, me quedo varado a pie de playa contemplando líneas aéreas de gaviotas, bamboleos veleros y muchos guiños de Farola picarona en un rapto de absurda dicha feliciana.

Ahí, pasmarote dejando escurrir el minutero el lapso de tiempo suficiente para complicarme el asiento en la conferencia; “Un amor pensado: Filosofía y felicidad”. De buena vida iban las enseñanzas. También de mala conciencia individualista, el poder de eros y perspectivas enfrentadas del oriente de alfombrilla de yoga y la revista de occidente con ansiolítico. Javier Sádaba Garay a sus 82 años sigue con la frente, las ideas despejadas y un socarrón sentido del humor. Se atrevió a contar un par de chistes de esos que desengrasan la hermenéutica y endulzan el hierro de tanto pensador encuadernado de azul en la biblioteca Gredos: Los Kant, Hegel, Nietzsche, Wittgenstein...Intelectuales de solterona vocación que para tener tanta relación con la lingüística enrevesan las ideas con jerga inexpugnable. Gracias a san Google cuando se menciona algún cultismo extremo, se puede teclear en el móvil y obtener la respuesta que ayuda a seguir el hilo de la exposición entre tos y carraspeo. Resolvió el encuentro con Sádaba, Jose Carlos Ruiz, filósofo residente, con las preguntas medidas porque el catedrático hilaba su discurso en modo autoamenático, sistemático y ameno con entretenido carrete verbal. Con el privilegio de la experiencia, de sus muchas publicaciones y el convencimiento, de que, para lo que le quedaba en el chiquero se desmelenaba con sinceridad, libertad y amor por la especie humana, aunque nos empeñemos en comportarnos muy bestias. Será porque le convidaron a espetos y tal vez le embrujaron con un paseo por el Pedregalejo filosofal.

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