La ciudad y los días
Carlos Colón
Suspiros de Sánchez
En la novela, A un Dios desconocido, de Steinbeck, acontece una terrible sequía que reseca los campos, trastoca a las personas y acaba con los cultivos y el ganado. Novela compleja en su aparente simplicidad, fácil de leer pero difícil de entender. Radical porque remite a la raíz del hombre y de la Naturaleza. Lo comento porque sin haberla leído, mi abuelo Eulogio, que es analfabeto, usa la misma expresión, cuando se refiere al Dios en el que cree . "Es un Dios desconocido" -me dice muy serio, a propósito de su Dios, sobre todo ahora, con la pertinaz sequía que estamos sufriendo.
Nuestros campos están sedientos, los pantanos enlodados y vacíos. Necesitamos agua para beber y asearnos, agua para regar los campos y saciar al ganado, agua para atender las necesidades ineludibles del turismo…
¡Que llueva! ¡Que llueva! Pero el Dios de la lluvia parece ignorar nuestras plegarias, pues las escasas nubes que nos visitan, cruzan altivas el cielo y pasan de largo.
Conocemos bien la cara cenicienta de la sequía. Es un fenómeno recurrente (aunque muchos creen que se trata de algo de ahora), que sucede en todas partes, con un impacto considerable en la agricultura, la ganadería, la industria, el medio ambiente, el comercio y el turismo, la salud pública, el empleo, la política... Siempre hubo periodos de sequía. Desde tiempos inmemoriales, los clérigos, los chamanes, los magos… elevaron plegarias pro-pluvia a sus dioses invocando el agua vivificadora, el agua que previene la hambruna y las enfermedades, las emigraciones masivas, la muerte y desaparición de pueblos y ciudades, las guerras y los conflictos. Pero ahora, con lo del cambio climático y la quema desorbitada de combustibles fósiles (carbón, petróleo, gas), que generan emisiones de gases de efecto invernadero, hemos dado un salto en la dimensión del problema: sequías intensas, aumento del nivel del mar, inundaciones, deshielo de los polos, tormentas catastróficas…
Y esto es lo que le cuento a mi abuelo. "Abuelo, ¡qué sequía!, y los hombres nos resistimos a pagar ahora la factura del efecto invernadero… Mañana podría ser muy tarde" -le digo-. Mi abuelo me mira fijamente. No sé si un hombre como él, con 100 años cumplidos, que piensa que es una tontería lo del hombre en la luna o que los pedos de las vacas influyan en el cambio climático, puede entenderme... "Encomendémonos a un Dios desconocido -me responde-, a un Dios al que solo le importe el mantenimiento de su obra creadora, y que lo que nos pida -por lo único que se meta en la vida de los hombres-, es que colaboremos en el mantenimiento de esa magna obra.
Hagamos como ese Dios, y la lluvia volverá a regar los campos, pero, eso sí -me advierte muy serio- no vayas a hacer como esos que, cuando las lluvias deberían haber llegado a Málaga, cuando nuestros campos se morían de sed, hace unos meses, en vez de rogar al Dios desconocido las lluvias precisas, clamaron al cielo para que no lloviera, con el fin de que no se les mojara la celebración pagana que tenían prevista. La Magna, la llamaban.
Dios, el Dios desconocido, no perdona esas frivolidades: ¡Desde entonces no llueve!"
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